viernes, 29 de septiembre de 2017

Howard Becker – “Outsiders” (marginales) (1963) Caps. 1 y 2.

Howard Becker – “Outsiders” (marginales) (1963) Caps. 1 y 2.



Cap. 1
Todos los grupos sociales establecen reglas que definen las situaciones y comportamientos considerados apropiados, diferenciando las acciones correctas de las equivocadas y prohibidas. Cuando la regla debe ser aplicada, es posible que el supuesto infractor sea visto como una persona especial, un outsider, un marginal. Pero la persona etiquetada como outsider quizá no acepte las reglas por las que está siendo juzgada. El grado de marginalidad de una persona depende de cada caso. Alguien que comete una infracción de tránsito o bebe de más en una fiesta no nos parece demasiado diferente a nosotros mismos. El ladrón ya nos parece menos semejante a nosotros y lo castigamos. Para Becker, los crímenes como asesinato o violación nos hacen ver al infractor como un verdadero marginal.

Definiciones de la desviación
Nuestro primer problema es construir una definición de desviación. La visión más simplista de la desviación es esencialmente estadística, y define como desviado todo aquello que se aparta demasiado del promedio. Ser zurdo o pelirrojo podría ser considerado una desviación. La definición estadística de la desviación está totalmente alejada de la preocupación por la violación a la norma. La homosexualidad era considerada una enfermedad porque la norma social es la heterosexualidad. La metáfora médica limita nuestra visión tanto como el enfoque estadístico. Acepta el juicio lego (no experto) de que algo es desviado y, por analogía, sitúa su origen en el interior del individuo, impidiendo de esa manera que podamos analizar ese juicio mismo, ese etiquetamiento, como parte crucial del fenómeno.

En la práctica es muy difícil discriminar lo que es funcional de lo que es disfuncional para una sociedad o grupo social. También deberían ser consideradas como políticas las decisiones acerca de qué leyes hay que aplicar, qué comportamientos se considerarán desviados y quiénes deben ser etiquetados como marginales. Al ignorar el aspecto político del fenómeno, la visión funcional de la desviación también limita nuestra comprensión.

Otra de las perspectivas sociológicas es más relativista. Define la desviación como el fracaso a la hora de obedecer las normas grupales. Una vez que las reglas son explicadas a sus miembros, podemos señalar si una persona las ha violado y es, por lo tanto, un desviado. Esta visión es más cercana a la de Becker. Una sociedad está integrada por muchos grupos, cada uno de los cuales tiene su propio conjunto de reglas, y la gente pertenece a muchos grupos simultáneamente. Una persona puede romper las reglas de un grupo por el simple hecho de atenerse a las reglas de otro. ¿Es entonces una persona desviada?

La desviación y la respuesta de los otros
La visión sociológica define la desviación como la infracción a un tipo de norma acordada. Luego se pregunta quién rompe las normas, y pasa a indagar, en su personalidad y situaciones de vida, las razones que puedan explicar dichas conductas. Esto implica presumir que quienes violan una norma constituyen una categoría homogénea, pues han cometido el mismo acto desviado. Para Becker esta presunción ignora el hecho central: la desviación es creada por la sociedad. No se refiere a lo que se pueden llamar “factores sociales”, sino a que los grupos sociales crean la desviación al establecer las normas cuya infracción constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas las etiquetan como marginales. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y el comportamiento desviado es el que la gente etiqueta como tal. La desviación es una consecuencia de la respuesta de los otros a las acciones de una persona. Algunas personas pueden llevar la etiqueta de desviados sin haber violado ninguna norma, puesto que el proceso de etiquetamiento no es infalible. Al mismo tiempo, muchos infractores pasan inadvertidos y por lo tanto no son incluidos en la población de desviados. ¿Qué tienen en común quienes llevan el rótulo de la desviación? Fundamentalmente, que comparten ese rótulo.

Que un acto sea desviado depende de la forma en la que las demás personas reaccionan ante él. El grado en el que un acto será tratado como desviado depende también de quién lo comete y de quién se siente perjudicado por él. Las reglas suelen ser aplicadas con más fuerza sobre ciertas personas que sobre otras. Los procesos legales contra jócenes de clase media no llegan tan lejos como los procesos de jóvenes de barrios pobres, dice Becker. Cuando es detenido, es menos probable que el joven de clase media sea llevado hasta la estación de policía, menos que sea fichado, menos que sea condenado y sentenciado. Lo mismo en los casos de delitos cometidos por empresas. Algo similar sucede con el caso de las relaciones sexuales ilícitas: el padre soltero suele escapar a la severa censura que cae sobre la madre soltera. La desviación no es simplemente una cualidad presente en determinados tipos de comportamientos y ausente en otros. El mismo comportamiento puede ser un delito cuando es cometido por ciertas personas, como el caso de los boxeadores y el uso de la fuerza. La desviación no es una cualidad propia del comportamiento, sino de la interacción entre la persona que actúa y aquellos que reaccionan a su accionar.

¿Las reglas de quién?
Desde el punto de vista de quienes son etiquetados como desviados, los “marginales” pueden ser las personas que hacen las reglas. Las reglas sociales son la creación de grupos sociales específicos. Las sociedades modernas no son organizaciones simples en las que hay concenso acerca de cuáles son las reglas. Por ejemplo, los inmigrantes italianos que siguieron fabricando vino para ellos mismos y sus amigos durante los años en los que el alcohol estuvo prohibido en EEUU se estaban comportando de acuerdo a los estándares de la colectividad italiana, pero estaban violando las leyes de su nuevo país. El delincuente de clase baja que pelea por su “territorio” está haciendo lo que considera necesario y justo, pero los trabajadores sociales y la policía no lo ven de la misma manera. Aunque puede argumentarse que muchas o la mayoría de las normas suscitan el concenso generalizado de la sociedad, la investigación empírica de cierta norma suele relevar actitudes muy variadas en la gente. La persona puede sentir que la juzgan de acuerdo a normas que fueron dictadas sin su consentimiento, reglas que le son impuestas desde afuera por marginales, como puede ser, por ejemplo, la prohibición de hacer fotocopias o de copiar DVDs. Igualmente, las reglas que deben seguir los jóvenes son hechas por los adultos, como las de asistencia a clase o comportamiento sexual. La diferencia en la capacidad de establecer reglas y de imponerlas a los otros responde a diferencias de poder. Esta última apreciación de Becker es casi igual a la definición de “poder” de Weber.

Cap. 2
Del entrecruzamiento entre los comportamientos y la reacciones se desprenden cuatro conductas:

Comportamiento obediente
Comportamiento que rompe la regla
Percibido como desviación
Falsa acusación
Desviado puro
No percibido como desviación
Conducta conforme
Desviado secreto
En la desviación secreta se ha cometido un acto incorrecto pero nadie lo advierte o nadie reacciona frente a él. Becker pone el ejemplo del fetichismo: tuvo ocasión de ver el catálogo de un traficante de fotos pornográficas para fetichistas. El catálogo no contenía fotos de desnudos ni de actos sexuales, sino cientas de fotos de muchachas en camisas de fuerza, o con botas de cuero o látigos o que se daban nalgadas. Similarmente, muchos homosexuales logran mantener en secreto su desviación frente a sus allegados heterosexuales, y muchos consumidores de drogas logran ocultar su adicción.

Modelos de desviación simultáneos y secuenciales
Casi todas las investigaciones sobre desviación se ocupan de cuestiones que surgen de concebirla como algo patológico, que intentan descubrir las causas del comportamiento indeseado. Según este modelo, un estudio sobre la delincuencia juvenil intentaría descubrir si los factores que la generan son el coeficiente intelectual, la zona en la que viven, el hogar del que proceden o una combinación de éstos u otros.

Pero para Becker no todos los factores actúan al mismo tiempo, y es necesario un modelo que tenga en cuenta que los patrones se desarrollan en una secuencia: cambios en el comportamiento del individuo. Cada una de estas etapas necesita ser explicada, y lo que puede operar como causa en una etapa de la secuencia puede ser irrelevante en otra. Puede hablarse de una carrera de la desviación. Este concepto fue elaborado originalmente para estudiar trayectorias ocupacionales.

La carrera del desviado
La mayoría de las veces, el primer paso de una carrera en la desviación es la comisión de un acto de inconformismo, un acto que rompe con un conjunto de normas. La gente generalmente piensa que estos primeros actos son intencionales, pero a veces se deben al simple desconocimiento de la existencia de la norma (como Pocho La Pantera, que no s bía que ser proxeneta es ilegal) o de que sea aplicable esa norma a ese hecho en particular. ¿Por qué la persona no sabe que su accionar es indebido? Las personas involucradas en una subcultura, como algunas étnicas, pueden ignorar las normas.

Pero yendo los casos de inconformismo intencional, Becker encuentra limitaciones en las teorías psicológicas y en la sociología de Merton: Becker dice que no hay razones para presuponer que sólo quienes finalmente se desvían de la norma tienen de verdad el impulso de hacerlo. Es mucho más probable que la mayoría de la gente tenga impulsos desviados todo el tiempo. Al menos en sus fantasías, la gente es mucho más desviada de lo que parece. En vez de preguntarnos por qué quienes se desvían de la norma hacen cosas reprobables, uno debería preguntarse por qué la gente convencional no lleva a la práctica sus impulsos desviados. Posiblemente porque existe un proceso de compromiso a través cual la persona normal se involucra progresivamente con las instituciones y las formas de conducta apropiadas (la socialización de la que hablan Berger y Luckman), que son externas a ellos. El individuo siente que debe adherir a ciertas líneas de comportamiento. El joven de clase media no abandonará la escuela porque la necesita para posicionarse en el mercado de trabajo, y el individuo convencional no se interesará por las drogas por el riesgo que representan para su reputación, su familia o su trabajo.

Sin embargo, es posible que durante su crecimiento la persona de alguna manera haya logrado evitar hacer alianzas con la sociedad convencional y quede en libertad de seguir sus impulsos, como puede ser el caso de quienes no tienen una reputación que cuidar o empleos fijos. Otros autores han sugerido que los delincuentes suelen tener un fuerte impulso por ajustarse a la ley, pero que utilizan técnicas para acallarlo. Por ejemplo, pensar que no son los responsables de sus actos desviados, que se vieron impulsados contra su voluntad por ciertas situaciones, por lo que la desaprobación de sí mismo o de los demás deja de tener la misma influencia. Otra técnica se centra en la ofensa o el daño que implica el acto delictivo. Pueden considerar que el robo de un auto es una especie de “préstamo”, que las luchas entre bandas son peleas privadas o que los ajustes de cuentas son venganzas y castigos justos.

A Becker no le interesan tanto las personas que se devían de la norma una vez o de manera ocasional, sino aquellos que mantienen un patrón de comportamiento desviado. Uno de los mecanismos por los que se pasan a patrones sostenidos de conductas desviadas es el desarrollo de motivos e intereses desviados. El individuo aprende a participar en una subcultura organizada alrededor de una actividad desviada.

Uno de los pasos más cruciales en el proceso de construcción de un patrón estable de comportamiento desviado quizá sea la experiencia de haber sido identificado y etiquetado públicamente como desviado. El individuo puede así catalogarse a sí mismo como desviado e incluso castigarse de alguna manera por lo que hizo. Incluso es posible que quiera que lo atrapen. El efecto más importante del etiquetamiento es el cambio drástico que se produce en la identidad pública del individuo, que le confiere un nuevo estatus, convirtiéndolo en una persona diferente y que es tratada acorde a eso. Existe un estatus maestro, que supera a los demás y tiene primacía, y un estatus subordinado. El hecho de ser médico o de pertenecer a la clase media no impedirán, en una sociedad racista, que el negro sea tratado primero como negro y luego de acuerdo a lo demás. El estatus de desviado es un estatus maestro: la persona primero será identificada como desviada antes que otra cosa. La gente se preguntará “¿qué clase de persona rompería una regla tan importante?, respondiéndose –Alguien diferente a nosotros, alguien que no quiere actuar como un ser moral.” Tratar a un individuo como si fuese un desviado en general, y no una persona con una desviación específica, tiene el efecto de producir una profecía autocumplida: una vez que la persona ha sido identificada como desviada, tiende a ser aislada de las actividades más convencionales. Por supuesto, no todos los que son atrapados en la comisión de un acto desviado y etiquetados como desviados avanzan hacia formas más acentuadas de desviación.

En el caso de los adictos, algunos estudios han demostrado que con frecuencia intentan curarse para demostrar a los demás que en realidad no son tan malos como se piensa. Cuando logran dejar con éxito su adicción, descubren que la gente sigue tratándolos como si fuesen adictos.


El último escalón en la carrera de un desviado es integrarse a un grupo desviado organizado. El impacto sobre la imagen que tiene de sí es muy fuerte. Cita el ejemplo de una drogadicta que se dio cuenta de que no tenía amigos que no fueran drogadictos. Los miembros de un grupo desviados tienen algo en común: su desviación, que les hace sentir que comparten un destino, que van en el mismo barco. De ese sentimiento surge una subcultura, un conjunto de puntos de vista sobre el mundo. Los grupos desviados tienden a racionalizar mucho su posición, llegando en ocasiones a elaborar una complicada justificación histórica, legal y psicológica para su accionar, como, por ejemplo, los libros que han formado una filosofía funcional para el homosexual activo que le explica por qué es como es y por qué está bien que sea así. Se trata de una justificación para neutralizar los sentimientos que los desviados puedan sentir contra sí mismos. Le brinda al individuo los argumentos para continuar la línea de acción que han tomado. Por otra parte, cuando una persona entra en un grupo desviado, aprende a llevar a cabo sus actividades desviadas con un mínimo de obstáculos, puesto que otros desviados más experimentados se lo facilitan. Así, al ingresar en un grupo desviado organizado, es más probable que el individuo continúe por el camino de su desviación, puesto que ha aprendido a evitarse problemas y ha incorporado una lógica que no se lo reprocha.

“Anomia es poco decir, vivimos en descomposición”

“Anomia es poco decir, vivimos en descomposición” (14/08/2002)



El sociólogo Ricardo Sidicaro, reporteado por Página/12, explica que la desestructuración de la sociedad argentina casi no reconoce antecedentes.

Investigador del Conicet y profesor titular en la UBA, Ricardo Sidicaro parte de la indignada reacción de los vecinos de Esteban Echeverría por el asesinato de Diego Peralta para trazar un análisis sobre el estado de desestructuración que atraviesa la sociedad argentina. En diálogo con Página/12, el sociólogo sostiene que el concepto de anomia no alcanza a (se queda corto para) caracterizar la crisis actual, aunque descarta la posibilidad de un enfrentamiento civil. “Es un proceso de descomposición, pero sin proyectos políticos enfrentados”, asegura.

–¿La quema de la comisaría de El Jagüel es un episodio aislado o forma parte de un fenómeno más global?
–La mayor parte de las conductas es parte de una situación de profunda desestructuración. Las respuestas que se dan son desesperadas y no tienen que ver con una acción racional. La indignación existe y no cabe duda de que en situaciones de desestructuración se desatan los más exasperados, los más irracionales en su furia. No es la gran mayoría, pero la sociedad conduce a situaciones de desesperación y hay gente que da este tipo de respuestas. Hoy la sociedad se caracteriza por un avance de conductas poco relacionadas con los costos de la acción. Hay algunos que están raptando personas por dos mil pesos. Son conductas fuera de toda racionalidad costo-fines, aunque los que hagan eso sean pobres.

–La quema de la comisaría se basó en las sospechas de que la policía tuvo algo que ver con el asesinato de Peralta. No es la primera vez que las fuerzas de seguridad delinquen, pero la reacción fue mucho más violenta que en otras oportunidades: ¿por qué?
–En primer lugar hay que aclarar que dentro de la policía hay muchos que se juegan la vida con una actitud altruista. Sin embargo, lo que ocurre es que muchos de los que están adentro de las fuerzas de seguridad se piensan como civiles y delinquen como civiles. El Estado carece de capacidad para castigar este tipo de cosas. Pero no es sólo algo propio de la policía: la descomposición institucional está atravesando todas las esferas y, aunque en la policía se vuelve más peligrosa, también se da en el sistema escolar o el sistema de protección de la salud.

–¿Es una situación de anomia?
–Anomia es poco decir. En una sociedad que está funcionando normalmente, en épocas en las que se producen fenómenos económicos, de expansión o de recesión, se dan situaciones de anomia. Tiene que ver con la desestructuración de las reglas. Si se descubre oro, puede haber más riqueza y al mismo tiempo anomia. El Far West es una situación de anomia con riqueza. Si aumenta la desocupación puede haber anomia con desocupación, pero en general la anomia supone un conjunto de reglas que se debilita. Esto es diferente: es una desestructuración mucho más grande que aquella a la que remite el concepto de anomia. Suponer que la policía delinque no es anomia, es mucho más.

–¿Cómo caracterizaría entonces la situación actual?
–De descomposición social. En situaciones de anomia los sujetos pierden su relación con las normas. Acá el problema pasa también por las instituciones que tienen que hacer cumplir esas normas. No es una persona que transgrede y hay un juez que aplica la norma. El que transgrede es el juez.

–Muchos hablan de la posibilidad de una guerra civil, pero no se ven bandos en disputa.
–Es que la descomposición ha afectado a los bandos. En alguna época se constituían bandos que se enfrentaban y la sociedad estaba más organizada. Hoy son individuos que eventualmente se asocian para protestar, pero no tienen en común más que la situación de la protesta. En otros tiempos había una ideología, una imagen de país y de futuro que los llevaba a movilizarse. Hoy las movilizaciones de reclamo prácticamente no tienen identidad. Las personas que reprimían, en otra época, pensaban que lo hacían en nombre de Occidente o algo así. Quienes reprimen hoy lo hacen ennombre de una desorganización en la cual ellos están metidos: se extralimitan en la forma en que las instituciones a las que pertenecen les ordenan reprimir. La descomposición atraviesa la simple reproducción de la cotidianidad. Hay una pérdida de vigencia de las instituciones y una pérdida de la integración de los sujetos al tejido social.

–¿Hay ejemplos de situaciones de este tipo en la historia argentina? ¿O en algún otro país de Latinoamérica?
–No. Un debilitamiento institucional tan fuerte generalmente se ha correspondido con bandos que salen a luchar. Se establece un verdadero conflicto o guerra civil. Entre nosotros, la particularidad es la creciente descomposición que afectó a los bandos que podrían constituirse. Nadie tiene un proyecto político en este momento, pero no es que todos están desorganizados. Este debilitamiento político institucional permite que las minorías activas y concentradas del poder económico saquen sus beneficios. En general las formas de desestructuración fueron a partir de proyectos políticos antagónicos. Hoy uno no puede decir que existan proyectos políticos enfrentados. Lo que uno ve son los efectos de la descomposición.

–¿En qué podría derivar semejante situación?
–No sé. No se puede saber en qué medida el reclamo de ley y de orden de los que quieren vivir de una manera integrada puede convertirse en una fuerza política. Lo que reclama la gente es el retorno a la ley. No la mano dura, sino que se cumplan las leyes. Es la primera vez que en la Argentina hay tanto reclamos para que se cumplan las leyes.


lunes, 25 de septiembre de 2017

Robert Merton: “Estructura Social y Anomia” (1938)

Robert Merton: “Estructura Social y Anomia” (1938)



Se entiende por anomia una condición en la que la sociedad tiene dificultades para guiar moralmente a los individuos, y en la que los vínculos sociales entre las personas y la comunidad se encuentran debilitados. La anomia frecuentemente implica una separación, una dislocación entre los estándares individuales y los de la sociedad (lo que entendemos por el concepto de “hechos sociales” de Durkheim). El debilitamiento de la ética social dificulta la regulación de los comportamientos.

En el ensayo “Estructura Social y Anomia”, de 1938, del sociólogo estadounidense Robert Merton, se analiza de una forma sistemática la desviación social, explicando conductas “anormales” como la delincuencia, el suicidio, el crimen y las anomalías psicológicas, entre otras. Hacia fines del siglo XIX, en el pensamiento de Durkheim la anomia se había pensado de dos maneras. Por un lado, en la obra “La División del Trabajo Social” aparecía como falta de reglamentación, como un fenómeno producido por los cambios excesivamente rápidos ocasionados por la industrialización que se vería agravado por el progresivo debilitamiento de la conciencia colectiva. Por otra parte, en “El suicidio”, la anomia es fundamentalmente un problema de regulación, de falta de límites. Dado que sin controles impuestos socialmente, las pasiones y los deseos se desatan, la única manera de evitar la impaciencia, la insatisfacción y el malestar del infinito, como denomina también a la anomia, es a través de los frenos y límites impuestos socialmente. Esta segunda acepción de la anomia se refiere, entonces, no a que no existan normas y reglas, sino a que no se cumplen, a que no tienen vigencia en la vida cotidiana, tanto porque la sociedad es incapaz de vigilar y exigir su cumplimiento, como porque los individuos las desconocen o no las aceptan. Teniendo en cuenta esta ambigüedad en la obra de Durkheim, Merton no sólo amplió la concepción como tal de anomia, sino también su función social como herramienta para explicar el conflicto y el orden social de una forma mas extensa que la que había hecho Durkheim cuarenta años antes.

Para Merton la anomia es una especie de quiebra de la estructura cultural, que tiene lugar cuando hay una separación grave entre las normas y los objetivos de una cultura, y las capacidades o el compromiso de los individuos por obrar de acuerdo con aquéllos. Además, sostiene que la probabilidad de caer en la anomia difiere entre los individuos debido a la estructura social donde conviven, haciendo a unos más propensos y con más posibilidades de caer en un estado de anomia, que según Merton es característico de los estratos más bajos de la sociedad, donde las posibilidades para acceder a los fines prescriptos por la cultura y la sociedad en general son escasos. De esta manera, las personas de menores recursos, sin poder encontrar los medios (el trabajo, la empresa, etc.) para los fines culturalmente impuestos (en la sociedad norteamericana del siglo XX en la que vivió Merton, hacer dinero), serían más propensas a -si quieren cumplir con dicho objetivo- buscar soluciones alternativas (y no necesariamente legales) para llegar a la meta de éxito material.

Ahora bien, esta situación anómica es típica de la sociedad norteamericana y afecta a todas sus instituciones, grupos e individuos. Todos son incitados -desde el hogar, frecuentemente en las iglesias protestantes, en la escuela, el trabajo, los medios de comunicación, etc.- a cumplir sin claudicación el “Sueño Norteamericano”, la consigna ideológica y el mito de la igualdad y el éxito económico para todos. Para alcanzar la cima (los símbolos de status: la casa en los suburbios, el auto que enceran el fin de semana, etc.) sólo sería cuestión de perseverar y trabajar duro; el fracaso se debe únicamente a la falta de esfuerzo o a defectos del individuo.

Sin embargo, en la práctica social cotidiana la realidad se presenta completamente diferente. Las oportunidades (el acceso a los medios económicos, la educación, la ocupación y demás, necesarios para lograr las metas culturalmente prescriptas) no se hallan al alcance de todos, sino que se distribuyen en función de la posición de clase social. Esto significa que se está en presencia de una sociedad contradictoria, injusta y conflictiva, pues anida en ella, una evidente disociación o contradicción entre la cultura (metas exigidas universalmente) y la estructura social (desigual disponibilidad social de las oportunidades), quedando así descartada toda correspondencia entre mérito, esfuerzo y recompensa. Los fines son los mismos para todos; los medios, en cambio, que se arregle cada uno como pueda. Esa dislocación es la que puede llevar a la anomia.

Sin embargo, hay sociedades donde hay cierto equilibro entre los objetivos y la capacidad de la gente para llegar a ellos. En una sociedad de esquimales, por ejemplo, en la que la meta socialmente impuesta sea, por ejemplo, ser una persona pacífica y ser buen pescador, no existen objetivos culturales que pueden conducir a un estado de anomia, como sí es el caso de la consecución de dinero.

Frente a la valoración de fines y medios, Merton planteó cinco categorías para clasificar el grado de interacción social. Estas categorías se refieren a la conducta social en tipos específicos de situaciones, no necesariamente a la personalidad de un individuo.

Conformidad: Es la adaptación mas común. Aquí son aceptados tanto las metas culturales como los medios institucionales para llegar a las primeras. Es la forma de conducta no desviada. La persona no cuestiona aquí la justicia del sistma social, sino que lo acepta, incluso si no tiene los medios para alcanzar los fines que le propone. Esto significa, básicamente, comportarse de manera conforme a las reglas.

Innovación: Es cuando los individuos aceptan las metas establecidas pero rechazan los medios para llegar a ellas. El innovador tiene la aspiración por el éxito económico, pero rechaza los medios legítimos para alcanzarlo por considerarlos inconducentes o  imprácticos, incorporando métodos ilegales para su consecución. Quienes van por la “plata rápida” son considerados por Merton “innovadores”. Esto está en contraposición a la criminología positivista de fines del siglo XIX (más claramente con el concepto de “delincuente patológico”) porque para Merton los delincuentes son normales: culturalmente normales. Quieren lo que quiere todo el mundo (lo que la cultura les impuso) pero tratan de conseguirlo de otra manera.

Ritualismo: La persona no aspira a la meta del éxito, frecuentemente porque está fuera de su alcance, pero respeta los medios legítimos. Es característico de individuos que viven en total control de todo lo que acontece en sus vidas, no toman excesivos riesgos ni aceptan tomar una decisión en donde no tengan todas las garantías y además estén completamente seguros de que van a conseguir lo que desean. Cartoneros, maestros y policías honestos de bajo rango pueden considerarse ritualistas.

Retraimiento: No se trata de una adaptación, sino tal vez una desadaptación al medio, ya que rechazan tanto las metas como los medios para hacer realidad los objetivos propuestos culturalmente. Es característica de algunos vagos, autistas, alcohólicos, algún viajero soñador y piojoso sin interés por otra cosa más que dormir bajo las estrellas, mantenidos de 35 años que no tienen real interés por generar ingresos ni trabajar, etc.

Rebelión: Son las personas que proponen instaurar un nuevo orden social, con metas diferentes y medios diferentes. Su objetivo es crear una sociedad nueva o modificar radicalmente la actual. Característico de actitudes revolucionarias.

Merton esboza algunas propuestas para mitigar las tendencias anómicas en su sociedad:

Incorporar metas alternativas al éxito económico para distintos estratos sociales. Así se obtendría una mayor correspondencia entre mérito, esfuerzo y recompensa, y se evitarían buena parte de las consabidas tensiones y frustraciones provocadas por el sistema, las que pueden derivar en comportamientos ilegales. Un ejemplo es proponer como meta social el desarrollo artístico, la ciencia o la solidaridad.

Sobre todo para los jóvenes, mejorar las oportunidades para alcanzar el éxito, especialmente las de educación y empleo, limitando simultáneamente el acceso a las oportunidades ilegítimas.

Estudio y diagnóstico permanente de las necesidades del sistema que van surgiendo, llevados a cabo por analistas expertos –especialmente sociólogos-, subordinados a los dirigentes económicos y políticos, encargados de la cobertura de dichas necesidades.


viernes, 18 de agosto de 2017

Movilidad Social 2003-2009

Nuevas tendencias ocupacionales en el período 2003-2009: significados de su impacto en el sistema de estratificación social y las pautas de movilidad



En vísperas del Bicentenario (2010), tras un intenso y sostenido período de crecimiento económico impulsado por un cambio de modelo de desarrollo económico-social (2003-2010), se produjeron transformaciones aceleradas en la estructura social argentina. Una de las dificultades para tratar de comprender la estructura social actual es que la misma no es fácil de descifrar en una “foto fija” porque combina las huellas de dos procesos sucesivos y netamente diferenciados:

1. Un proceso de carácter regresivo iniciado durante la dictadura (1976) y que perduró hasta la crisis de 2001, e implicó el aumento de la polarización social, la pauperización de algunos estratos de clase media y clase trabajadora consolidada y el crecimiento de un segmento marginal-precario en el interior de la clase trabajadora. El mismo significó no sólo un aumento de las desigualdades de ingresos, pautas de consumo y oportunidades de ascenso social en detrimento de las personas de origen social más bajo sino también un cambio en la subjetividad orientado a la naturalización de estas desigualdades.

2. Otro proceso de recomposición social, impulsado por un cambio de modelo del desarrollo económico, implicó una reversión de las tendencias socio-ocupacionales precedentes. Luego de la crisis económica del 2001- 2002, el Estado impulsó transformaciones en el modelo de desarrollo económico-social sosteniendo un tipo de cambio alto que favoreció la reactivación de las actividades vinculadas con el mercado interno, especialmente la industria.

La corriente de inmigración de países limítrofes hacia Argentina se mantuvo constante desde fines del siglo XIX a fines del siglo XX. En la década de 1970 aumenta su radicación definitiva en los grandes centros urbanos, en particular en el Área Metropolitana de Buenos Aires.

La devaluación de 2002 redujo muy fuertemente los costos laborales y aumentó la competitividad de la producción local, al tiempo que encareció las importaciones. En este marco, la sustitución de importaciones encontró, otra vez, un campo propicio para desarrollarse con rapidez. Esta orientación de la política macro-económica, sumada al precio alto de los productos exportables y, el crecimiento de las exportaciones de commodities y productos primarios semi-elaborados, impulsaron un crecimiento económico a tasas muy elevadas (alrededor del 9% entre 2003 y 2008) que impactaron sobre el mercado de trabajo revirtiendo las tendencias ocupacionales de los ‘90s.

El análisis de la evolución del empleo en el período 2003-2009 nos muestra el impacto favorable del cambio de modelo de desarrollo económico-social sobre el mercado de trabajo. La tasa de desocupación disminuyó progresivamente (pasando de 17,4% a 7,8% en el período) en un contexto de la expansión de la PEA. Se registró un aumento progresivo de los trabajadores registrados (con cobertura social) y la disminución del empleo precario. Los clasificados como “empleadores”, que pueden asimilarse a los propietarios de capital, aumentaron su número con un ritmo lento pero constante luego de la crisis de 2001-2002.

Al analizar la evolución de la mano de obra asalariada por rama de actividad en la etapa 2003-2008 se observa que el mayor crecimiento se dio en la Construcción (101,8%), seguida por los servicios financieros e inmobiliarios (52,7%), hoteles y restaurantes (50,3%), la industria manufacturera (35%), transportealmacenaje-comunicaciones (34,3%) y el comercio (33,4%). En todas las ramas se produjo un mayor crecimiento relativo del empleo registrado sobre el no registrado.

En cuanto a la distribución del ingreso, la masa salarial creció progresivamente en el período 2003-2009. En el 2003, el salario representaba el 34,3 por ciento del PBI, lo que implica que había caído 11% respecto de 1974. En 2008, alcanzó el 43,6 por ciento y en el 2009, a pesar de la crisis, llegó al 44,7 por ciento. En este punto, el cambio de orientación del Estado retomando algunas funciones de la política macro-económica de la ISI cumplió un papel importante. Entre ellas podemos destacar la regulación de precios (a través de subsidios al transporte y los servicios de luz, gas, agua) y su impacto en la transferencia de ingresos hacia segmentos de clase media y clase trabajadora, la protección del mercado interno y el papel de árbitro en la puja distributiva entre capital y trabajo reabriendo las negociaciones colectivas.

Por otra parte, otros indicadores basados en la distribución personal del ingreso (como el índice de Gini) muestran que el nivel de desigualdad disminuyó en el período 2003-2009. Sin embargo, el mismo, aún presenta un nivel alto, similar al de principios de la década de 1990, aunque con la diferencia que actualmente la tendencia va en dirección opuesta a la de aquel período. Esto sugiere que aún perduran los efectos de largo alcance del patrón distributivo que dejó como herencia la reestructuración social del neoliberalismo y que se requerirá un esfuerzo sostenido en el tiempo para mitigar esos efectos

Respecto del tamaño de los segmentos de clase y su capacidad económica, se puede conjeturar que crecieron y mejoraron su posición relativa en la estructura social amplias fracciones de las clases medias asalariadas, medianos y pequeños propietarios de capital y trabajadores cuenta propia. También lo hizo el segmento de clase trabajadora asalariado formal especialmente aquellos que se insertan en grandes empresas y están sindicalizados. Se trata de una recomposición parcial de la clase trabajadora consolidada. Sin embargo, un segmento importante de la clase trabajadora aún no ha podido salir de una situación de pobreza y precariedad laboral.

En relación a los canales de movilidad, en este período es muy probable que se haya mantenido la movilidad ascendente entre la clase media y media alta basada en la educación formal y empleos de alta calificación en el sector moderno de servicios altamente productivo y competitivo. Por su parte, los segmentos de clase media y media-baja conformados por docentes, empleados públicos, empleados de oficina de pequeñas y medianas empresas, mejoraron levemente su posición económica relativa en relación al período de crisis contribuyendo a abrir canales de ascenso para las personas de origen de clase trabajadora. El crecimiento económico y la expansión de ocupaciones asalariadas registradas, impulsó una movilidad estructural intra e inter generacional ascendente de corta distancia al interior de la clase trabajadora y la clase media. Fundamentalmente los que accedieron a un empleo estable y calificado en las grandes industrias: petroquímica, siderurgia, minería, automotrices y empresas de servicios. Para los trabajadores cuenta propia y asalariados no registrados, pertenecientes a los segmentos más bajos de la clase trabajadora, la salida de la crisis del 2001-2002 implicó una cierta mejora de sus ingresos.


La recuperación del trabajo, aunque sea precario, implicó efectos favorables en la organización y reproducción de la vida cotidiana. En esta línea, la Asignación Universal por Hijo, aplicada recientemente, va a mejorar su posición económica relativa, no obstante, para este segmento de clase todavía no se han abierto canales de movilidad ascendente efectiva. Actualmente, en las vísperas del Bicentenario, se abrió un debate acerca de profundizar el modelo económico-social incrementando la participación estatal en el desarrollo económico o retraer su papel interventor y abrir más espacio para el mercado y aplicar políticas de ajuste.

*Adapatado de: Dalle, Pablo (2010) "Estratificación social y movilidad en Argentina 1870-2010"

lunes, 14 de agosto de 2017

Movilidad Social 1976-2003

Cambios regresivos en el sistema de estratificación social y los canales de movilidad durante la apertura y liberalización de la economía



El sistema de estratificación social experimentó transformaciones sustantivas con la transición desde el modelo de desarrollo económico basado en la industrialización sustitutiva con fuerte participación estatal, hacia el modelo neoliberal de apertura económica, desregulación y privatizaciones iniciado durante la dictadura militar de 1976-1983 y consolidado en la década de 1990 con el menemismo. Esta transición hacia un modelo económico de corte neo-liberal fue parte de una reestructuración capitalista a escala mundial que se profundizó en la década de 1990, con la caída del bloque socialista y la globalización de la economía. En Argentina, estas políticas implicaron la transición de una economía industrial a otra financiera, agropecuaria y de servicios.

La reestructuración capitalista, la desarticulación de la estructura productiva industrial y el deterioro de las instituciones del Estado de Bienestar erosionaron las bases que estructuraban el sistema de estratificación abierto de la década de 1960 y principios de 1970. Una mirada de mediano plazo, permite observar las transformaciones regresivas de la estructura social en el período 1974-2001. Entre estos efectos regresivos se destacan el aumento de la desigualdad de ingresos, el crecimiento de la pobreza, la instalación de la desocupación como problema estructural del funcionamiento de la economía y el aumento de la precariedad laboral. Estos indicadores socio-ocupacionales muestran que la crisis de 1998-2002 no se trató de un fenómeno circunstancial sino de la fase final de una progresiva decadencia social de un país que desarticuló su estructura productiva y su entramado social.

En el período 1998-2001 en el que se registra la crisis final del modelo de apertura y liberalización de la economía se profundizaron tendencias que venían desarrollándose en el mediano plazo. La tasa de desempleo aumentó aceleradamente, el empleo asalariado no registrado incrementó en comparación al registrado, y el porcentaje de participación de los asalariados en la distribución del ingreso descendió abruptamente a 34% en 2002. Luego de la devaluación, la desocupación superó el 22% de la población económicamente activa y alrededor del 57% de la población quedó bajo la línea de pobreza. La apertura y desregulación de la economía produjeron la desaparición de gran parte de las pequeñas y medianas empresas manufactureras locales que habían crecido bajo la protección del mercado interno; cuando se liberaron las importaciones de bienes de consumo final e intermedios no pudieron soportar la competencia externa.

Con ello, disminuyó la mano de obra en el sector industrial. Asimismo, la privatización de las empresas de servicios públicos y las industrias básicas de hierro, acero, petróleo y petroquímicos tuvo el mismo efecto de contracción de la mano de obra asalariada. En este contexto de des-asalarización, aumentó el empleo por cuenta propia, el trabajo asalariado precario y la desocupación tanto en los estratos de clase media como en la clase obrera, aumentando el estrato de tipo marginal-precario. En contraste, en la cima de la estructura ocupacional la reconversión económica generó la expansión de un núcleo moderno de empresas de servicios e industriales de alto desarrollo tecnológico que produjeron el crecimiento de ocupaciones gerenciales y profesionales de alta calificación.

Esta polarización implicó el aumento de la desigualdad de ingresos entre los sectores de clase media-alta que resultaron “ganadores” de la reconversión capitalista neo-liberal y los sectores medios que se empobrecieron tras perder el empleo estable, la condición salarial, o su pequeño comercio o taller. El proceso de des-industrialización y reducción del estado desestructuró a la clase obrera consolidada lo que generó la expansión de un estrato marginal-precario: changarines, vendedores ambulantes, feriantes, artesanos sin talleres, limpiavidrios, cartoneros, etc.

En el periodo 1976-2001 disminuyó la movilidad social intergeneracional ascendente de larga distancia desde la clase trabajadora a la clase media característica de mediados del siglo XX. Dentro de la clase trabajadora se redujo la movilidad social ascendente de corta distancia rural-urbana, que implicaba el paso de peones rurales a trabajadores fabriles asalariados. La reducción estructural de ocupaciones de clase trabajadora calificada hizo que disminuyera este canal de herencia de clase de padres a hijos.

La pérdida intergeneracional del oficio manual fabril estuvo acompañada de una precarización laboral, sobretodo en las generaciones más jóvenes. El pasaje que implicó la desasalarización hacia ocupaciones tipo changas implicó una movilidad descendente.

En la parte inferior del sistema de estratificación social aumentó la inmovilidad en el segmento de clase trabajadora no calificada, a través de la reproducción intergeneracional en ocupaciones precarias, condiciones de pobreza y áreas urbanas segregadas. Estos sectores conforman un estrato marginado dentro de la clase trabajadora que se caracteriza por dos o más generaciones de personas que no pudieron acceder a oportunidades efectivas de movilidad social ascendente.

Por otra parte, la expansión de ocupaciones de servicios de alta calificación abrió canales de ascenso intergeneracional desde posiciones intermedias de la estructura social. Se conformó así un segmento de clase media-alta ligado a corporaciones financieras y empresas de servicios multinacionales con altos salarios y un estilo de vida lujoso.

Como contraparte, un sector considerable de las clases medias asalariadas conformado por empleados y cuadros técnicos de la administración y empresas estatales privatizadas transitaron trayectorias descendentes hacia ocupaciones de servicios de rutina (empleados de comercio) con un alto nivel de precariedad laboral, y hacia micro-emprendimientos de escasa productividad, como las emblemáticas remiserías o parripollos.

Los cambios descriptos se produjeron en un contexto de creciente expansión de la oferta educativa tanto en el nivel medio como superior en el que se destaca un notable desarrollo de la educación terciaria. En términos generales, aumentó el nivel educativo requerido por los distintos grupos ocupacionales, lo que condujo a un proceso de devaluación de los títulos, que exige movilizar cada vez más credenciales educativas para lograr una movilidad social ascendente y/o mantenerse en el estrato de clase de origen. La educación cumple un papel central en la apertura del sistema de estratificación social y la igualdad de oportunidades. En la medida en que el origen social condiciona el nivel educativo alcanzado, mantiene la desigualdad de oportunidades entre personas de origen de clase media y de clase trabajadora. El deterioro de la educación pública en los niveles primario y secundario, por políticas públicas que favorecieron la cobertura pero descuidaron la retención y la calidad, contribuyó a aumentar la desigualdad de oportunidades entre los hijos de padres de clase trabajadora y los hijos de padres de clase media.

En los nacidos entre 1960 y 1980, hijos de padres obreros calificados y semi/no calificados se observa una mayor inclinación hacia carreras terciarias más cortas que habilitan una movilidad social de menor distancia que la universitaria. Las fronteras de clase se fueron cerrando progresivamente, especialmente para los movimientos de larga distancia desde la clase trabajadora hacia la clase media. Predominó la movilidad de corta distancia en el interior de la clase media y la clase trabajadora.


En relación con la composición étnica de la estructura social de las ciudades de la Pampa Húmeda, se advierte un proceso de cambio, lento pero continuo a través del ingreso de personas de ascendencia mestiza (criollos e inmigrantes de países latinoamericanos) en las clases medias. Varios factores contribuyen a ello: el fin de la inmigración europea hace más de medio siglo, la exogamia entre personas de distinto origen étnico y la continuidad del flujo inmigratorio de países latinoamericanos. Si bien los migrantes internos y de países limítrofes ingresan por los estratos inferiores del sistema paulatinamente van ascendiendo, no sin enfrentar barreras socioculturales impuestas por una sociedad que se pensó a sí misma durante un tiempo largo de su historia como europea. La discriminación -que se reaviva sobre todo en momentos de crisis económica y social- cumple un papel central en la legitimación de las desigualdades, trazando límites de clase sobre prejuicios étnicos funcionando en ocasiones como estrategia de cierre social excluyente. Sin embargo, estas barreras socio-culturales son más tenues y permeables que en otras sociedades latinoamericanas. Con todo, la integración socio-cultural plena de los criollos e inmigrantes latinoamericanos de ascendencia mestiza y principalmente las comunidades indígenas es una cuestión pendiente y un desafío para el siglo XXI.

Movilidad Social 1930-1976

Expansión de las clases medias y formación de una clase obrera consolidada durante la Industrialización Sustitutiva de Importaciones



En el período 1930-1970, se produjeron cambios considerables en la estructura social que afectaron las pautas de movilidad social intra e intergeneracional, vinculados con dos fenómenos decisivos: la industrialización por sustitución de importaciones y las migraciones internas. La crisis del treinta produjo la caída del precio de las materias primas y con ello de la disponibilidad de divisas que aportaba el sector agro-exportador, redujo la capacidad importadora e incentivó el desarrollo de políticas públicas de estímulo a la producción industrial local. La industrialización por sustitución de importaciones (ISI) tuvo lugar en el período 1930-1976, durante el cual es posible reconocer distintas etapas.

El peronismo (1943-1955) le otorgó al proyecto de desarrollo industrial un carácter social distinto, al impulsar la industria de bienes de consumo masivo mediante la expansión del mercado interno basada en una activa política estatal de redistribución del ingreso hacia los asalariados, la inversión pública directa en industrias y servicios, y una política de créditos subsidiados a los pequeños y medianos empresarios locales. A partir de la segunda mitad de la década de 1950 y hasta mediados de 1970, se profundizó la sustitución de importaciones de insumos y bienes de capital, así como la de bienes de consumo durables a través del impulso de la inversión extranjera y estatal. Esto implicó cambios en la estructura de distribución del ingreso que favorecieron a segmentos asalariados de las clases medias. El desarrollo industrial impulsó un movimiento migratorio interno de gran intensidad hacia los centros urbanos de la región pampeana (Buenos Aires, Rosario y Córdoba) desde regiones periféricas rurales que habían quedado al margen del desarrollo agro-exportador.

Desde el punto de vista socio-cultural, las migraciones internas pusieron en contacto a la población criolla (de ascendencia mestiza) con la población de ascendencia europea ya establecida en las ciudades, generando cambios en la estructura social. La formación de una nueva clase obrera de origen mestizo coexistió en un principio junto a las capas viejas del proletariado urbano constituidas por inmigrantes europeos y sus descendientes y luego paulatinamente ambos grupos se fueron mezclando e integrando culturalmente. A diferencia de la inmigración europea de 1860-1930, que había contribuido a la formación de las clases medias, los migrantes internos se incorporaron a los segmentos de clase inferiores del sistema de estratificación, provocando un efecto de “empuje” ascendente hacia posiciones de clase media a los residentes urbanos de origen inmigrante europeo.

Entre 1930-1960 se mantuvo la línea de movilidad que va desde la clase obrera a la clase media pero no ya como movilidad intra-generacional de los inmigrantes europeos sino de la de sus hijos, como una movilidad inter-generacional. La industrialización por sustitución de importaciones abrió canales de movilidad intra e intergeneracional en la estructura social. En primer lugar, produjo una expansión de la fuerza de trabajo asalariada manual, que condujo a la creación de una clase trabajadora consolidada, con acceso a amplios derechos sociales. La mayoría de los migrantes internos eran, en sus lugares de origen, trabajadores no calificados o semi-calificados (muchos de ellos de origen rural), por lo que su incorporación a las ciudades y la inserción en la industria como fuerza de trabajo asalariada implicó una movilidad social intra-generacional. En la experiencia de los migrantes, la llegada a la ciudad significó un mejoramiento sustantivo de su calidad de vida.

El peronismo tuvo un papel muy importante en la formación de la clase trabajadora consolidada por varios factores. Amplió las bases de ciudadanía de los trabajadores  manuales asalariados, otorgándoles derechos sociales y capacidades económicas para hacer efectivos sus derechos civiles. El Estado contribuyó a organizar una estructura sindical fuerte para materializar las reivindicaciones sociales y económicas de los trabajadores. Sin embargo, el movimiento sindical no se subordinó pasivamente al Estado, puesto que tenía capacidad de movilización propia para alcanzar sus intereses de clase. Como resultado, la clase trabajadora mejoró sustancialmente su posición relativa en la estructura social aumentando la porción del salario de los obreros fabriles en la distribución del ingreso. Se trató de un proceso de movilidad ascendente, en este caso, apoyada en la acción colectiva.

Asimismo, el peronismo tuvo un significado de reivindicación simbólica de la clase trabajadora dotando de dignidad, orgullo y respeto a los trabajadores en las interacciones cotidianas en la fábrica y en los barrios. De allí el carácter “herético” del peronismo: trastocar los límites simbólicos de desigualdad de clases, afectando los estatus y jerarquías del momento.

Esta reivindicación simbólica tuvo cierto matiz étnico, ya que los nuevos obreros migrantes internos de origen criollo eran discriminados (a través de términos como “cabecitas negras”, “pardos”, “la negrada de Perón”, etc.) por algunos sectores de clase media de origen europeo que ya habían experimentado un proceso de movilidad social ascendente. En relación con las clases medias, la industrialización y la continuidad del proceso de urbanización posibilitaron su crecimiento acelerado: en el período intercensal 1914-1947 crecieron tanto los sectores asalariados como los medianos y pequeños propietarios de la industria, el comercio y el sector agropecuario.

La expansión de la matrícula educativa en el nivel medio y universitario acompañó este proceso, proporcionando las calificaciones necesarias para el trabajo no manual que implicaban mayores remuneraciones y un mayor prestigio ocupacional, transformándose de este modo en un canal de movilidad social ascendente frecuente y efectivo. En este contexto, los hijos de obreros calificados (de origen europeo principalmente) que ya residían en las ciudades ascendieron a las clases medias principalmente a través de dos canales: la educación universitaria y la incorporación como empleados técnicos, profesionales y administrativos. La industrialización y el desarrollo económico hasta entrada la década de 1960, impulsaban hacia arriba a los trabajadores rurales transformándolos en obreros y a éstos en empleados administrativos, técnicos o profesionales, en el transcurso de una o dos generaciones.

La profundización de la sustitución de importaciones durante la era desarrollista (1958-1976), orientada a la producción de bienes de consumo durables e insumos intermedios (petroquímicos, siderúrgicos, etc.) tuvo un carácter más concentrado y centralizado de acumulación de capital y un impacto diferente en el empleo y en la estructura ocupacional. Por un lado, se expandieron ocupaciones de clase media de alta calificación (profesionales, técnicos y cuadros administrativos) y por el otro, disminuyeron los pequeños y medianos empresarios industriales y los obreros asalariados empleados en los mismos.

En la clase media urbana, se compensaron la desaparición de medianos y pequeños industriales con el aumento de pequeños propietarios del comercio y los empleados altamente calificados del sector servicios (profesionales y técnicos). En la clase obrera, la industria manufacturera dejó de constituir un canal de incorporación para los trabajadores migrantes internos y de países limítrofes en gran medida de origen rural, con la excepción del sector de la construcción y los servicios.

Hacia 1970, en comparación con otros países de América Latina, en Argentina el subempleo y el “sector informal” eran comparativamente pequeños. La industrialización por sustitución de importaciones contribuyó a la conformación de una estructura social abierta e integrada, que hacia 1960-1970 se distinguía del resto de Latinoamérica por las oportunidades de ascenso social que había brindado a las personas de origen de clase popular y por la amplitud de las clases medias y una clase trabajadora fabril con una posición económica consolidada, sustentada en niveles salariales altos y acceso a derechos sociales comparativamente altos.

Este conjunto de condiciones y un contexto de cuasi-pleno empleo posibilitaron que la clase obrera alcanzara niveles de consumo y horizontes de expectativas cercanos a los de las clases medias. El poder económico de la clase obrera se basaba en su organización sindical fuerte y efectiva que le proporcionaba capacidad de resistencia a las políticas contrarias a sus intereses de clase. Argentina tenía un perfil más equitativo de la distribución de ingresos en relación con otros países de América Latina. El Estado desempeñó un rol importante en la conformación de aquella estructura social. En primer lugar, impulsó la expansión de la educación pública y el empleo en la administración estatal, mecanismos de ascenso social que acompañaron el crecimiento económico del país. Esto fue acompañado por medidas de regulación de precios y protección del mercado interno que contribuyeron a una redistribución del ingreso hacia la clase trabajadora, junto al desarrollo de una extensa red de protección social.


Asimismo, la política de créditos favoreció el desarrollo de una pequeña y mediana burguesía industrial y comercial ligada al mercado interno. Las políticas de equidad e igualdad de oportunidades junto a la extensión de los canales de movilidad social se articularon y contribuyeron a conformar una estructura social abierta e integrada. La estructura de clases de 1960-1970 presentaba una amplia zona media constituida por clases medias y una clase trabajadora consolidada. Arriba, se ubicaba una clase capitalista y dirigente reducida como en las mayorías de las sociedades capitalistas avanzadas; y en el extremo inferior, un segmento de clase trabajadora marginal que en adelante comenzaría a aumentar.  Un rasgo distintivo de aquella sociedad era la permeabilidad de los distintos estratos de clase que permitían una alta fluidez social principalmente de abajo hacia arriba, de allí su carácter de “abierta".

*Adapatado de: Dalle, Pablo (2010) "Estratificación social y movilidad en Argentina 1870-2010"

miércoles, 2 de agosto de 2017

Conceptos Clave Parcial 11/8



-Marx: Acumulación Originaria:
Acumulación originaria como origen del orden capitalista
Quiebra de campesinos y cercamiento
Acumulación de dinero
La proletarización y los desposeídos como condición de consolidación del capitalismo

-Weber: Clases Estamentos y Partidos:
Poder
Acción social
Situación de clase y auténtica comunidad de clase
Diferencia entre el pensamiento de Weber y el de Marx sobre desigualdades
Estamentos
Partidos

Bourdieu: Capitales y el Espacio Social:
Capitales
Capital económico
Capital social
Capital cultural incorporado, objetivado e institucionalizado
El Espacio Social, cómo y qué podemos ubicar en él

-Bourdieu: Título Escolar y Posición Social:
Inflación académica y devaluación de títulos
La desilusión de la educación y el efecto fila