viernes, 14 de septiembre de 2018

Howard Becker: "Outsiders (marginales)" (1963)

Howard Becker – “Outsiders” (marginales) (1963) Caps. 1 y 2.



Cap. 1
Todos los grupos sociales establecen reglas que definen las situaciones y comportamientos considerados apropiados, diferenciando las acciones correctas de las equivocadas y prohibidas. Cuando la regla debe ser aplicada, es posible que el supuesto infractor sea visto como una persona especial, un outsider, un marginal. Pero la persona etiquetada como outsider quizá no acepte las reglas por las que está siendo juzgada. El grado de marginalidad de una persona depende de cada caso. Alguien que comete una infracción de tránsito o bebe de más en una fiesta no nos parece demasiado diferente a nosotros mismos. El ladrón ya nos parece menos semejante a nosotros y lo castigamos. Para Becker, los crímenes como asesinato o violación nos hacen ver al infractor como un verdadero marginal.

Definiciones de la desviación
Nuestro primer problema es construir una definición de desviación. La visión más simplista de la desviación es esencialmente estadística, y define como desviado todo aquello que se aparta demasiado del promedio. Ser zurdo o pelirrojo podría ser considerado una desviación. La definición estadística de la desviación está totalmente alejada de la preocupación por la violación a la norma. La homosexualidad era considerada una enfermedad porque la norma social es la heterosexualidad. La metáfora médica limita nuestra visión tanto como el enfoque estadístico. Acepta el juicio lego (no experto) de que algo es desviado y, por analogía, sitúa su origen en el interior del individuo, impidiendo de esa manera que podamos analizar ese juicio mismo, ese etiquetamiento, como parte crucial del fenómeno.

En la práctica es muy difícil discriminar lo que es funcional de lo que es disfuncional para una sociedad o grupo social. También deberían ser consideradas como políticas las decisiones acerca de qué leyes hay que aplicar, qué comportamientos se considerarán desviados y quiénes deben ser etiquetados como marginales. Al ignorar el aspecto político del fenómeno, la visión funcional de la desviación también limita nuestra comprensión.

Otra de las perspectivas sociológicas es más relativista. Define la desviación como el fracaso a la hora de obedecer las normas grupales. Una vez que las reglas son explicadas a sus miembros, podemos señalar si una persona las ha violado y es, por lo tanto, un desviado. Esta visión es más cercana a la de Becker. Una sociedad está integrada por muchos grupos, cada uno de los cuales tiene su propio conjunto de reglas, y la gente pertenece a muchos grupos simultáneamente. Una persona puede romper las reglas de un grupo por el simple hecho de atenerse a las reglas de otro. ¿Es entonces una persona desviada?

La desviación y la respuesta de los otros
La visión sociológica define la desviación como la infracción a un tipo de norma acordada. Luego se pregunta quién rompe las normas, y pasa a indagar, en su personalidad y situaciones de vida, las razones que puedan explicar dichas conductas. Esto implica presumir que quienes violan una norma constituyen una categoría homogénea, pues han cometido el mismo acto desviado. Para Becker esta presunción ignora el hecho central: la desviación es creada por la sociedad. No se refiere a lo que se pueden llamar “factores sociales”, sino a que los grupos sociales crean la desviación al establecer las normas cuya infracción constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas las etiquetan como marginales. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y el comportamiento desviado es el que la gente etiqueta como tal. La desviación es una consecuencia de la respuesta de los otros a las acciones de una persona. Algunas personas pueden llevar la etiqueta de desviados sin haber violado ninguna norma, puesto que el proceso de etiquetamiento no es infalible. Al mismo tiempo, muchos infractores pasan inadvertidos y por lo tanto no son incluidos en la población de desviados. ¿Qué tienen en común quienes llevan el rótulo de la desviación? Fundamentalmente, que comparten ese rótulo.

Que un acto sea desviado depende de la forma en la que las demás personas reaccionan ante él. El grado en el que un acto será tratado como desviado depende también de quién lo comete y de quién se siente perjudicado por él. Las reglas suelen ser aplicadas con más fuerza sobre ciertas personas que sobre otras. Los procesos legales contra jócenes de clase media no llegan tan lejos como los procesos de jóvenes de barrios pobres, dice Becker. Cuando es detenido, es menos probable que el joven de clase media sea llevado hasta la estación de policía, menos que sea fichado, menos que sea condenado y sentenciado. Lo mismo en los casos de delitos cometidos por empresas. Algo similar sucede con el caso de las relaciones sexuales ilícitas: el padre soltero suele escapar a la severa censura que cae sobre la madre soltera. La desviación no es simplemente una cualidad presente en determinados tipos de comportamientos y ausente en otros. El mismo comportamiento puede ser un delito cuando es cometido por ciertas personas, como el caso de los boxeadores y el uso de la fuerza. La desviación no es una cualidad propia del comportamiento, sino de la interacción entre la persona que actúa y aquellos que reaccionan a su accionar.

¿Las reglas de quién?
Desde el punto de vista de quienes son etiquetados como desviados, los “marginales” pueden ser las personas que hacen las reglas. Las reglas sociales son la creación de grupos sociales específicos. Las sociedades modernas no son organizaciones simples en las que hay concenso acerca de cuáles son las reglas. Por ejemplo, los inmigrantes italianos que siguieron fabricando vino para ellos mismos y sus amigos durante los años en los que el alcohol estuvo prohibido en EEUU se estaban comportando de acuerdo a los estándares de la colectividad italiana, pero estaban violando las leyes de su nuevo país. El delincuente de clase baja que pelea por su “territorio” está haciendo lo que considera necesario y justo, pero los trabajadores sociales y la policía no lo ven de la misma manera. Aunque puede argumentarse que muchas o la mayoría de las normas suscitan el concenso generalizado de la sociedad, la investigación empírica de cierta norma suele relevar actitudes muy variadas en la gente. La persona puede sentir que la juzgan de acuerdo a normas que fueron dictadas sin su consentimiento, reglas que le son impuestas desde afuera por marginales, como puede ser, por ejemplo, la prohibición de hacer fotocopias o de copiar DVDs. Igualmente, las reglas que deben seguir los jóvenes son hechas por los adultos, como las de asistencia a clase o comportamiento sexual. La diferencia en la capacidad de establecer reglas y de imponerlas a los otros responde a diferencias de poder. Esta última apreciación de Becker es casi igual a la definición de “poder” de Weber.

Cap. 2
Del entrecruzamiento entre los comportamientos y la reacciones se desprenden cuatro conductas:

Comportamiento obediente
Comportamiento que rompe la regla
Percibido como desviación
Falsa acusación
Desviado puro
No percibido como desviación
Conducta conforme
Desviado secreto
En la desviación secreta se ha cometido un acto incorrecto pero nadie lo advierte o nadie reacciona frente a él. Becker pone el ejemplo del fetichismo: tuvo ocasión de ver el catálogo de un traficante de fotos pornográficas para fetichistas. El catálogo no contenía fotos de desnudos ni de actos sexuales, sino cientas de fotos de muchachas en camisas de fuerza, o con botas de cuero o látigos o que se daban nalgadas. Similarmente, muchos homosexuales logran mantener en secreto su desviación frente a sus allegados heterosexuales, y muchos consumidores de drogas logran ocultar su adicción.

Modelos de desviación simultáneos y secuenciales
Casi todas las investigaciones sobre desviación se ocupan de cuestiones que surgen de concebirla como algo patológico, que intentan descubrir las causas del comportamiento indeseado. Según este modelo, un estudio sobre la delincuencia juvenil intentaría descubrir si los factores que la generan son el coeficiente intelectual, la zona en la que viven, el hogar del que proceden o una combinación de éstos u otros.

Pero para Becker no todos los factores actúan al mismo tiempo, y es necesario un modelo que tenga en cuenta que los patrones se desarrollan en una secuencia: cambios en el comportamiento del individuo. Cada una de estas etapas necesita ser explicada, y lo que puede operar como causa en una etapa de la secuencia puede ser irrelevante en otra. Puede hablarse de una carrera de la desviación. Este concepto fue elaborado originalmente para estudiar trayectorias ocupacionales.

La carrera del desviado
La mayoría de las veces, el primer paso de una carrera en la desviación es la comisión de un acto de inconformismo, un acto que rompe con un conjunto de normas. La gente generalmente piensa que estos primeros actos son intencionales, pero a veces se deben al simple desconocimiento de la existencia de la norma (como Pocho La Pantera, que no s bía que ser proxeneta es ilegal) o de que sea aplicable esa norma a ese hecho en particular. ¿Por qué la persona no sabe que su accionar es indebido? Las personas involucradas en una subcultura, como algunas étnicas, pueden ignorar las normas.

Pero yendo los casos de inconformismo intencional, Becker encuentra limitaciones en las teorías psicológicas y en la sociología de Merton: Becker dice que no hay razones para presuponer que sólo quienes finalmente se desvían de la norma tienen de verdad el impulso de hacerlo. Es mucho más probable que la mayoría de la gente tenga impulsos desviados todo el tiempo. Al menos en sus fantasías, la gente es mucho más desviada de lo que parece. En vez de preguntarnos por qué quienes se desvían de la norma hacen cosas reprobables, uno debería preguntarse por qué la gente convencional no lleva a la práctica sus impulsos desviados. Posiblemente porque existe un proceso de compromiso a través cual la persona normal se involucra progresivamente con las instituciones y las formas de conducta apropiadas (la socialización de la que hablan Berger y Luckman), que son externas a ellos. El individuo siente que debe adherir a ciertas líneas de comportamiento. El joven de clase media no abandonará la escuela porque la necesita para posicionarse en el mercado de trabajo, y el individuo convencional no se interesará por las drogas por el riesgo que representan para su reputación, su familia o su trabajo.

Sin embargo, es posible que durante su crecimiento la persona de alguna manera haya logrado evitar hacer alianzas con la sociedad convencional y quede en libertad de seguir sus impulsos, como puede ser el caso de quienes no tienen una reputación que cuidar o empleos fijos. Otros autores han sugerido que los delincuentes suelen tener un fuerte impulso por ajustarse a la ley, pero que utilizan técnicas para acallarlo. Por ejemplo, pensar que no son los responsables de sus actos desviados, que se vieron impulsados contra su voluntad por ciertas situaciones, por lo que la desaprobación de sí mismo o de los demás deja de tener la misma influencia. Otra técnica se centra en la ofensa o el daño que implica el acto delictivo. Pueden considerar que el robo de un auto es una especie de “préstamo”, que las luchas entre bandas son peleas privadas o que los ajustes de cuentas son venganzas y castigos justos.

A Becker no le interesan tanto las personas que se devían de la norma una vez o de manera ocasional, sino aquellos que mantienen un patrón de comportamiento desviado. Uno de los mecanismos por los que se pasan a patrones sostenidos de conductas desviadas es el desarrollo de motivos e intereses desviados. El individuo aprende a participar en una subcultura organizada alrededor de una actividad desviada.

Uno de los pasos más cruciales en el proceso de construcción de un patrón estable de comportamiento desviado quizá sea la experiencia de haber sido identificado y etiquetado públicamente como desviado. El individuo puede así catalogarse a sí mismo como desviado e incluso castigarse de alguna manera por lo que hizo. Incluso es posible que quiera que lo atrapen. El efecto más importante del etiquetamiento es el cambio drástico que se produce en la identidad pública del individuo, que le confiere un nuevo estatus, convirtiéndolo en una persona diferente y que es tratada acorde a eso. Existe un estatus maestro, que supera a los demás y tiene primacía, y un estatus subordinado. El hecho de ser médico o de pertenecer a la clase media no impedirán, en una sociedad racista, que el negro sea tratado primero como negro y luego de acuerdo a lo demás. El estatus de desviado es un estatus maestro: la persona primero será identificada como desviada antes que otra cosa. La gente se preguntará “¿qué clase de persona rompería una regla tan importante?, respondiéndose –Alguien diferente a nosotros, alguien que no quiere actuar como un ser moral.” Tratar a un individuo como si fuese un desviado en general, y no una persona con una desviación específica, tiene el efecto de producir una profecía autocumplida: una vez que la persona ha sido identificada como desviada, tiende a ser aislada de las actividades más convencionales. Por supuesto, no todos los que son atrapados en la comisión de un acto desviado y etiquetados como desviados avanzan hacia formas más acentuadas de desviación.

En el caso de los adictos, algunos estudios han demostrado que con frecuencia intentan curarse para demostrar a los demás que en realidad no son tan malos como se piensa. Cuando logran dejar con éxito su adicción, descubren que la gente sigue tratándolos como si fuesen adictos.


El último escalón en la carrera de un desviado es integrarse a un grupo desviado organizado. El impacto sobre la imagen que tiene de sí es muy fuerte. Cita el ejemplo de una drogadicta que se dio cuenta de que no tenía amigos que no fueran drogadictos. Los miembros de un grupo desviados tienen algo en común: su desviación, que les hace sentir que comparten un destino, que van en el mismo barco. De ese sentimiento surge una subcultura, un conjunto de puntos de vista sobre el mundo. Los grupos desviados tienden a racionalizar mucho su posición, llegando en ocasiones a elaborar una complicada justificación histórica, legal y psicológica para su accionar, como, por ejemplo, los libros que han formado una filosofía funcional para el homosexual activo que le explica por qué es como es y por qué está bien que sea así. Se trata de una justificación para neutralizar los sentimientos que los desviados puedan sentir contra sí mismos. Le brinda al individuo los argumentos para continuar la línea de acción que han tomado. Por otra parte, cuando una persona entra en un grupo desviado, aprende a llevar a cabo sus actividades desviadas con un mínimo de obstáculos, puesto que otros desviados más experimentados se lo facilitan. Así, al ingresar en un grupo desviado organizado, es más probable que el individuo continúe por el camino de su desviación, puesto que ha aprendido a evitarse problemas y ha incorporado una lógica que no se lo reprocha.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Robert Merton: "Estructura Social y Anomia" (1938)

Robert Merton: “Estructura Social y Anomia” (1938)


Se entiende por anomia una condición en la que la sociedad tiene dificultades para guiar moralmente a los individuos, y en la que los vínculos sociales entre las personas y la comunidad se encuentran debilitados. La anomia frecuentemente implica una separación, una dislocación entre los estándares individuales y los de la sociedad (lo que entendemos por el concepto de “hechos sociales” de Durkheim). El debilitamiento de la ética social dificulta la regulación de los comportamientos.

En el ensayo “Estructura Social y Anomia”, de 1938, del sociólogo estadounidense Robert Merton, se analiza de una forma sistemática la desviación social, explicando conductas “anormales” como la delincuencia, el suicidio, el crimen y las anomalías psicológicas, entre otras. Hacia fines del siglo XIX, en el pensamiento de Durkheim la anomia se había pensado de dos maneras. Por un lado, en la obra “La División del Trabajo Social” aparecía como falta de reglamentación, como un fenómeno producido por los cambios excesivamente rápidos ocasionados por la industrialización que se vería agravado por el progresivo debilitamiento de la conciencia colectiva. Por otra parte, en “El suicidio”, la anomia es fundamentalmente un problema de regulación, de falta de límites. Dado que sin controles impuestos socialmente, las pasiones y los deseos se desatan, la única manera de evitar la impaciencia, la insatisfacción y el malestar del infinito, como denomina también a la anomia, es a través de los frenos y límites impuestos socialmente. Esta segunda acepción de la anomia se refiere, entonces, no a que no existan normas y reglas, sino a que no se cumplen, a que no tienen vigencia en la vida cotidiana, tanto porque la sociedad es incapaz de vigilar y exigir su cumplimiento, como porque los individuos las desconocen o no las aceptan. Teniendo en cuenta esta ambigüedad en la obra de Durkheim, Merton no sólo amplió la concepción como tal de anomia, sino también su función social como herramienta para explicar el conflicto y el orden social de una forma mas extensa que la que había hecho Durkheim cuarenta años antes.

Para Merton la anomia es una especie de quiebra de la estructura cultural, que tiene lugar cuando hay una separación grave entre las normas y los objetivos de una cultura, y las capacidades o el compromiso de los individuos por obrar de acuerdo con aquéllos. Además, sostiene que la probabilidad de caer en la anomia difiere entre los individuos debido a la estructura social donde conviven, haciendo a unos más propensos y con más posibilidades de caer en un estado de anomia, que según Merton es característico de los estratos más bajos de la sociedad, donde las posibilidades para acceder a los fines prescriptos por la cultura y la sociedad en general son escasos. De esta manera, las personas de menores recursos, sin poder encontrar los medios (el trabajo, la empresa, etc.) para los fines culturalmente impuestos (en la sociedad norteamericana del siglo XX en la que vivió Merton, hacer dinero), serían más propensas a -si quieren cumplir con dicho objetivo- buscar soluciones alternativas (y no necesariamente legales) para llegar a la meta de éxito material.

Ahora bien, esta situación anómica es típica de la sociedad norteamericana y afecta a todas sus instituciones, grupos e individuos. Todos son incitados -desde el hogar, frecuentemente en las iglesias protestantes, en la escuela, el trabajo, los medios de comunicación, etc.- a cumplir sin claudicación el “Sueño Norteamericano”, la consigna ideológica y el mito de la igualdad y el éxito económico para todos. Para alcanzar la cima (los símbolos de status: la casa en los suburbios, el auto que enceran el fin de semana, etc.) sólo sería cuestión de perseverar y trabajar duro; el fracaso se debe únicamente a la falta de esfuerzo o a defectos del individuo.

Sin embargo, en la práctica social cotidiana la realidad se presenta completamente diferente. Las oportunidades (el acceso a los medios económicos, la educación, la ocupación y demás, necesarios para lograr las metas culturalmente prescriptas) no se hallan al alcance de todos, sino que se distribuyen en función de la posición de clase social. Esto significa que se está en presencia de una sociedad contradictoria, injusta y conflictiva, pues anida en ella, una evidente disociación o contradicción entre la cultura (metas exigidas universalmente) y la estructura social (desigual disponibilidad social de las oportunidades), quedando así descartada toda correspondencia entre mérito, esfuerzo y recompensa. Los fines son los mismos para todos; los medios, en cambio, que se arregle cada uno como pueda. Esa dislocación es la que puede llevar a la anomia.

Sin embargo, hay sociedades donde hay cierto equilibro entre los objetivos y la capacidad de la gente para llegar a ellos. En una sociedad de esquimales, por ejemplo, en la que la meta socialmente impuesta sea, por ejemplo, ser una persona pacífica y ser buen pescador, no existen objetivos culturales que pueden conducir a un estado de anomia, como sí es el caso de la consecución de dinero.

Frente a la valoración de fines y medios, Merton planteó cinco categorías para clasificar el grado de interacción social. Estas categorías se refieren a la conducta social en tipos específicos de situaciones, no necesariamente a la personalidad de un individuo.

Conformidad: Es la adaptación mas común. Aquí son aceptados tanto las metas culturales como los medios institucionales para llegar a las primeras. Es la forma de conducta no desviada. La persona no cuestiona aquí la justicia del sistma social, sino que lo acepta, incluso si no tiene los medios para alcanzar los fines que le propone. Esto significa, básicamente, comportarse de manera conforme a las reglas.

Innovación: Es cuando los individuos aceptan las metas establecidas pero rechazan los medios para llegar a ellas. El innovador tiene la aspiración por el éxito económico, pero rechaza los medios legítimos para alcanzarlo por considerarlos inconducentes o  imprácticos, incorporando métodos ilegales para su consecución. Quienes van por la “plata rápida” son considerados por Merton “innovadores”. Esto está en contraposición a la criminología positivista de fines del siglo XIX (más claramente con el concepto de “delincuente patológico”) porque para Merton los delincuentes son normales: culturalmente normales. Quieren lo que quiere todo el mundo (lo que la cultura les impuso) pero tratan de conseguirlo de otra manera.

Ritualismo: La persona no aspira a la meta del éxito, frecuentemente porque está fuera de su alcance, pero respeta los medios legítimos. Es característico de individuos que viven en total control de todo lo que acontece en sus vidas, no toman excesivos riesgos ni aceptan tomar una decisión en donde no tengan todas las garantías y además estén completamente seguros de que van a conseguir lo que desean. Cartoneros, maestros y policías honestos de bajo rango pueden considerarse ritualistas.

Retraimiento: No se trata de una adaptación, sino tal vez una desadaptación al medio, ya que rechazan tanto las metas como los medios para hacer realidad los objetivos propuestos culturalmente. Es característica de algunos vagos, autistas, alcohólicos, algún viajero soñador y piojoso sin interés por otra cosa más que dormir bajo las estrellas, mantenidos de 35 años que no tienen real interés por generar ingresos ni trabajar, etc.

Rebelión: Son las personas que proponen instaurar un nuevo orden social, con metas diferentes y medios diferentes. Su objetivo es crear una sociedad nueva o modificar radicalmente la actual. Característico de actitudes revolucionarias.

Merton esboza algunas propuestas para mitigar las tendencias anómicas en su sociedad:

Incorporar metas alternativas al éxito económico para distintos estratos sociales. Así se obtendría una mayor correspondencia entre mérito, esfuerzo y recompensa, y se evitarían buena parte de las consabidas tensiones y frustraciones provocadas por el sistema, las que pueden derivar en comportamientos ilegales. Un ejemplo es proponer como meta social el desarrollo artístico, la ciencia o la solidaridad.

Sobre todo para los jóvenes, mejorar las oportunidades para alcanzar el éxito, especialmente las de educación y empleo, limitando simultáneamente el acceso a las oportunidades ilegítimas.

Estudio y diagnóstico permanente de las necesidades del sistema que van surgiendo, llevados a cabo por analistas expertos –especialmente sociólogos-, subordinados a los dirigentes económicos y políticos, encargados de la cobertura de dichas necesidades.