martes, 22 de octubre de 2019

EL VIERNES PRESENTAN ALSINA Y PINTO. Teoría de las Ventanas Rotas


Teoría de las Ventanas Rotas


En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Philip Zimpardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California.

Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.

Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, la radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no lo destruyeron. En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.

Es común atribuir a la pobreza las causas del delito, tema en el que coinciden las posiciones ideológicas más conservadoras, (de derecha y de izquierda).
Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí.

Cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.

¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?

Para la teoría de las ventanas rotas –una apreciación en cierta medida geográfica del comportamiento desviado- no se trata, fundamentalmente, de pobreza, sino de la psicología humana y las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en conductas más violentas.

En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la 'teoría de las ventanas rotas', misma que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.

Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen 'pequeñas faltas' (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.

Si los parques y otros espacios públicos deteriorados son progresivamente abandonados por la mayoría de la gente (que deja de salir de sus casas por temor a las pandillas), esos mismos espacios abandonados por la gente son progresivamente ocupados por los delincuentes.

En los 80’s Nueva York era una de las ciudades que poseían delitos a diario, con miles de homicidios por año. Su sistema de transporte era el subterráneo, cuyo funcionamiento era más bien desordenado, donde habían incendios casi todos los días, descarrilamientos, retrasos, intenso vandalismo y muchas personas saltando el torniquete para usar el Metro sin pagar un centavo.

El sistema estaba sucio, no prestaba servicio de buena calidad y era un ambiente perfecto para el delito. Cada uno de los 6000 vagones que tenía el subterráneo, en 1984, estaba cubierto de graffiti.

La teoría de las ventanas rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los 80 en el metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad.  Nueva York era una ciudad peligrosa y el subterráneo reflejaba el estado en el que estaba la conocida “Gran Manzana”. En 1990 la criminalidad subió a los mayores niveles en décadas –con tres mil homicidios ese año-, y justo después inició a decaer velozmente. Así que para finales de la última década del siglo XX, los asesinatos en “La Gran Ciudad” habían descendido en 75%, igualmente que los delitos en el medio de transporte masivo que poseía la metrópolis.

Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: graffitis deteriorando el lugar, suciedad de las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes. Comenzando por lo pequeño se logró hacer del metro un lugar seguro.

David Gunn fue nombrado jefe del Subterráneo en 1984, recibió el mandato después de llevar al a realidad la teoría de las ventanas rotas, y todo comenzó atacando a los vándalos fanáticos del graffiti. Durante seis años organizó un método para limpiar y repintar cada vagón, con el objetivo no sólo de tener los trenes en perfectas condiciones, sino de desalentar a los muchachos con los aerosoles en mano.

En 1990 la autoridad del tránsito contrató a Willian Bratton, fiel creyente de la teoría de las ventanas rotas, para que fuera jefe de la policía del subterráneo. Bratton tenía la guerra con quienes habían tomado de hábito entrar al transporte sin pagar. Puso policías de civil en las estaciones donde más gente saltaba torniquetes. Los agentes comenzaron a arrestar a cientos de personas que pretendían usar el metro gratis, y entre ellos había armas, drogas y antecedentes penales. Quiso expresar que no tendrían la libertad para viajar sin pagar y así comenzó el orden que redujo, de una manera radical, el delito en el metro.

Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en la teoría de las ventanas rotas y en la experiencia del metro, impulsó una política de "tolerancia cero". La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana. El resultado práctico fue un enorme abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.

lunes, 7 de octubre de 2019

EL VIERNES PRESENTAN ESTO AIMONE, VEGA, FREIRE Y DI TULLIO. Howard Becker – “Outsiders” (1963)

Howard Becker – “Outsiders” (marginales) (1963) Caps. 1 y 2.



Cap. 1
Todos los grupos sociales establecen reglas que definen las situaciones y comportamientos considerados apropiados, diferenciando las acciones correctas de las equivocadas y prohibidas. Cuando la regla debe ser aplicada, es posible que el supuesto infractor sea visto como una persona especial, un outsider, un marginal. Pero la persona etiquetada como outsider quizá no acepte las reglas por las que está siendo juzgada. El grado de marginalidad de una persona depende de cada caso. Alguien que comete una infracción de tránsito o bebe de más en una fiesta no nos parece demasiado diferente a nosotros mismos. El ladrón ya nos parece menos semejante a nosotros y lo castigamos. Para Becker, los crímenes como asesinato o violación nos hacen ver al infractor como un verdadero marginal.

Definiciones de la desviación
Nuestro primer problema es construir una definición de desviación. La visión más simplista de la desviación es esencialmente estadística, y define como desviado todo aquello que se aparta demasiado del promedio. Ser zurdo o pelirrojo podría ser considerado una desviación. La definición estadística de la desviación está totalmente alejada de la preocupación por la violación a la norma. La homosexualidad era considerada una enfermedad porque la norma social es la heterosexualidad. La metáfora médica limita nuestra visión tanto como el enfoque estadístico. Acepta el juicio lego (no experto) de que algo es desviado y, por analogía, sitúa su origen en el interior del individuo, impidiendo de esa manera que podamos analizar ese juicio mismo, ese etiquetamiento, como parte crucial del fenómeno.

En la práctica es muy difícil discriminar lo que es funcional de lo que es disfuncional para una sociedad o grupo social. También deberían ser consideradas como políticas las decisiones acerca de qué leyes hay que aplicar, qué comportamientos se considerarán desviados y quiénes deben ser etiquetados como marginales. Al ignorar el aspecto político del fenómeno, la visión funcional de la desviación también limita nuestra comprensión.

Otra de las perspectivas sociológicas es más relativista. Define la desviación como el fracaso a la hora de obedecer las normas grupales. Una vez que las reglas son explicadas a sus miembros, podemos señalar si una persona las ha violado y es, por lo tanto, un desviado. Esta visión es más cercana a la de Becker. Una sociedad está integrada por muchos grupos, cada uno de los cuales tiene su propio conjunto de reglas, y la gente pertenece a muchos grupos simultáneamente. Una persona puede romper las reglas de un grupo por el simple hecho de atenerse a las reglas de otro. ¿Es entonces una persona desviada?

La desviación y la respuesta de los otros
La visión sociológica define la desviación como la infracción a un tipo de norma acordada. Luego se pregunta quién rompe las normas, y pasa a indagar, en su personalidad y situaciones de vida, las razones que puedan explicar dichas conductas. Esto implica presumir que quienes violan una norma constituyen una categoría homogénea, pues han cometido el mismo acto desviado. Para Becker esta presunción ignora el hecho central: la desviación es creada por la sociedad. No se refiere a lo que se pueden llamar “factores sociales”, sino a que los grupos sociales crean la desviación al establecer las normas cuya infracción constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas las etiquetan como marginales. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y el comportamiento desviado es el que la gente etiqueta como tal. La desviación es una consecuencia de la respuesta de los otros a las acciones de una persona. Algunas personas pueden llevar la etiqueta de desviados sin haber violado ninguna norma, puesto que el proceso de etiquetamiento no es infalible. Al mismo tiempo, muchos infractores pasan inadvertidos y por lo tanto no son incluidos en la población de desviados. ¿Qué tienen en común quienes llevan el rótulo de la desviación? Fundamentalmente, que comparten ese rótulo.

Que un acto sea desviado depende de la forma en la que las demás personas reaccionan ante él. El grado en el que un acto será tratado como desviado depende también de quién lo comete y de quién se siente perjudicado por él. Las reglas suelen ser aplicadas con más fuerza sobre ciertas personas que sobre otras. Los procesos legales contra jócenes de clase media no llegan tan lejos como los procesos de jóvenes de barrios pobres, dice Becker. Cuando es detenido, es menos probable que el joven de clase media sea llevado hasta la estación de policía, menos que sea fichado, menos que sea condenado y sentenciado. Lo mismo en los casos de delitos cometidos por empresas. Algo similar sucede con el caso de las relaciones sexuales ilícitas: el padre soltero suele escapar a la severa censura que cae sobre la madre soltera. La desviación no es simplemente una cualidad presente en determinados tipos de comportamientos y ausente en otros. El mismo comportamiento puede ser un delito cuando es cometido por ciertas personas, como el caso de los boxeadores y el uso de la fuerza. La desviación no es una cualidad propia del comportamiento, sino de la interacción entre la persona que actúa y aquellos que reaccionan a su accionar.

¿Las reglas de quién?
Desde el punto de vista de quienes son etiquetados como desviados, los “marginales” pueden ser las personas que hacen las reglas. Las reglas sociales son la creación de grupos sociales específicos. Las sociedades modernas no son organizaciones simples en las que hay concenso acerca de cuáles son las reglas. Por ejemplo, los inmigrantes italianos que siguieron fabricando vino para ellos mismos y sus amigos durante los años en los que el alcohol estuvo prohibido en EEUU se estaban comportando de acuerdo a los estándares de la colectividad italiana, pero estaban violando las leyes de su nuevo país. El delincuente de clase baja que pelea por su “territorio” está haciendo lo que considera necesario y justo, pero los trabajadores sociales y la policía no lo ven de la misma manera. Aunque puede argumentarse que muchas o la mayoría de las normas suscitan el concenso generalizado de la sociedad, la investigación empírica de cierta norma suele relevar actitudes muy variadas en la gente. La persona puede sentir que la juzgan de acuerdo a normas que fueron dictadas sin su consentimiento, reglas que le son impuestas desde afuera por marginales, como puede ser, por ejemplo, la prohibición de hacer fotocopias o de copiar DVDs. Igualmente, las reglas que deben seguir los jóvenes son hechas por los adultos, como las de asistencia a clase o comportamiento sexual. La diferencia en la capacidad de establecer reglas y de imponerlas a los otros responde a diferencias de poder. Esta última apreciación de Becker es casi igual a la definición de “poder” de Weber.

Cap. 2
Del entrecruzamiento entre los comportamientos y la reacciones se desprenden cuatro conductas:

Comportamiento obediente
Comportamiento que rompe la regla
Percibido como desviación
Falsa acusación
Desviado puro
No percibido como desviación
Conducta conforme
Desviado secreto
En la desviación secreta se ha cometido un acto incorrecto pero nadie lo advierte o nadie reacciona frente a él. Becker pone el ejemplo del fetichismo: tuvo ocasión de ver el catálogo de un traficante de fotos pornográficas para fetichistas. El catálogo no contenía fotos de desnudos ni de actos sexuales, sino cientas de fotos de muchachas en camisas de fuerza, o con botas de cuero o látigos o que se daban nalgadas. Similarmente, muchos homosexuales logran mantener en secreto su desviación frente a sus allegados heterosexuales, y muchos consumidores de drogas logran ocultar su adicción.

Modelos de desviación simultáneos y secuenciales
Casi todas las investigaciones sobre desviación se ocupan de cuestiones que surgen de concebirla como algo patológico, que intentan descubrir las causas del comportamiento indeseado. Según este modelo, un estudio sobre la delincuencia juvenil intentaría descubrir si los factores que la generan son el coeficiente intelectual, la zona en la que viven, el hogar del que proceden o una combinación de éstos u otros.

Pero para Becker no todos los factores actúan al mismo tiempo, y es necesario un modelo que tenga en cuenta que los patrones se desarrollan en una secuencia: cambios en el comportamiento del individuo. Cada una de estas etapas necesita ser explicada, y lo que puede operar como causa en una etapa de la secuencia puede ser irrelevante en otra. Puede hablarse de una carrera de la desviación. Este concepto fue elaborado originalmente para estudiar trayectorias ocupacionales.

La carrera del desviado
La mayoría de las veces, el primer paso de una carrera en la desviación es la comisión de un acto de inconformismo, un acto que rompe con un conjunto de normas. La gente generalmente piensa que estos primeros actos son intencionales, pero a veces se deben al simple desconocimiento de la existencia de la norma (como Pocho La Pantera, que no s bía que ser proxeneta es ilegal) o de que sea aplicable esa norma a ese hecho en particular. ¿Por qué la persona no sabe que su accionar es indebido? Las personas involucradas en una subcultura, como algunas étnicas, pueden ignorar las normas.

Pero yendo los casos de inconformismo intencional, Becker encuentra limitaciones en las teorías psicológicas y en la sociología de Merton: Becker dice que no hay razones para presuponer que sólo quienes finalmente se desvían de la norma tienen de verdad el impulso de hacerlo. Es mucho más probable que la mayoría de la gente tenga impulsos desviados todo el tiempo. Al menos en sus fantasías, la gente es mucho más desviada de lo que parece. En vez de preguntarnos por qué quienes se desvían de la norma hacen cosas reprobables, uno debería preguntarse por qué la gente convencional no lleva a la práctica sus impulsos desviados. Posiblemente porque existe un proceso de compromiso a través cual la persona normal se involucra progresivamente con las instituciones y las formas de conducta apropiadas (la socialización de la que hablan Berger y Luckman), que son externas a ellos. El individuo siente que debe adherir a ciertas líneas de comportamiento. El joven de clase media no abandonará la escuela porque la necesita para posicionarse en el mercado de trabajo, y el individuo convencional no se interesará por las drogas por el riesgo que representan para su reputación, su familia o su trabajo.

Sin embargo, es posible que durante su crecimiento la persona de alguna manera haya logrado evitar hacer alianzas con la sociedad convencional y quede en libertad de seguir sus impulsos, como puede ser el caso de quienes no tienen una reputación que cuidar o empleos fijos. Otros autores han sugerido que los delincuentes suelen tener un fuerte impulso por ajustarse a la ley, pero que utilizan técnicas para acallarlo. Por ejemplo, pensar que no son los responsables de sus actos desviados, que se vieron impulsados contra su voluntad por ciertas situaciones, por lo que la desaprobación de sí mismo o de los demás deja de tener la misma influencia. Otra técnica se centra en la ofensa o el daño que implica el acto delictivo. Pueden considerar que el robo de un auto es una especie de “préstamo”, que las luchas entre bandas son peleas privadas o que los ajustes de cuentas son venganzas y castigos justos.

A Becker no le interesan tanto las personas que se devían de la norma una vez o de manera ocasional, sino aquellos que mantienen un patrón de comportamiento desviado. Uno de los mecanismos por los que se pasan a patrones sostenidos de conductas desviadas es el desarrollo de motivos e intereses desviados. El individuo aprende a participar en una subcultura organizada alrededor de una actividad desviada.

Uno de los pasos más cruciales en el proceso de construcción de un patrón estable de comportamiento desviado quizá sea la experiencia de haber sido identificado y etiquetado públicamente como desviado. El individuo puede así catalogarse a sí mismo como desviado e incluso castigarse de alguna manera por lo que hizo. Incluso es posible que quiera que lo atrapen. El efecto más importante del etiquetamiento es el cambio drástico que se produce en la identidad pública del individuo, que le confiere un nuevo estatus, convirtiéndolo en una persona diferente y que es tratada acorde a eso. Existe un estatus maestro, que supera a los demás y tiene primacía, y un estatus subordinado. El hecho de ser médico o de pertenecer a la clase media no impedirán, en una sociedad racista, que el negro sea tratado primero como negro y luego de acuerdo a lo demás. El estatus de desviado es un estatus maestro: la persona primero será identificada como desviada antes que otra cosa. La gente se preguntará “¿qué clase de persona rompería una regla tan importante?, respondiéndose –Alguien diferente a nosotros, alguien que no quiere actuar como un ser moral.” Tratar a un individuo como si fuese un desviado en general, y no una persona con una desviación específica, tiene el efecto de producir una profecía autocumplida: una vez que la persona ha sido identificada como desviada, tiende a ser aislada de las actividades más convencionales. Por supuesto, no todos los que son atrapados en la comisión de un acto desviado y etiquetados como desviados avanzan hacia formas más acentuadas de desviación.

En el caso de los adictos, algunos estudios han demostrado que con frecuencia intentan curarse para demostrar a los demás que en realidad no son tan malos como se piensa. Cuando logran dejar con éxito su adicción, descubren que la gente sigue tratándolos como si fuesen adictos.


El último escalón en la carrera de un desviado es integrarse a un grupo desviado organizado. El impacto sobre la imagen que tiene de sí es muy fuerte. Cita el ejemplo de una drogadicta que se dio cuenta de que no tenía amigos que no fueran drogadictos. Los miembros de un grupo desviados tienen algo en común: su desviación, que les hace sentir que comparten un destino, que van en el mismo barco. De ese sentimiento surge una subcultura, un conjunto de puntos de vista sobre el mundo. Los grupos desviados tienden a racionalizar mucho su posición, llegando en ocasiones a elaborar una complicada justificación histórica, legal y psicológica para su accionar, como, por ejemplo, los libros que han formado una filosofía funcional para el homosexual activo que le explica por qué es como es y por qué está bien que sea así. Se trata de una justificación para neutralizar los sentimientos que los desviados puedan sentir contra sí mismos. Le brinda al individuo los argumentos para continuar la línea de acción que han tomado. Por otra parte, cuando una persona entra en un grupo desviado, aprende a llevar a cabo sus actividades desviadas con un mínimo de obstáculos, puesto que otros desviados más experimentados se lo facilitan. Así, al ingresar en un grupo desviado organizado, es más probable que el individuo continúe por el camino de su desviación, puesto que ha aprendido a evitarse problemas y ha incorporado una lógica que no se lo reprocha.

EL VIERNES PRESENTA ESTO WINTER. ASAMBLEAS BARRIALES

Movimientos sociales: piqueteros, empresas recuperadas y asambleas barriales

3. Las asambleas barriales
La respuesta más novedosa de quienes optaron por la voz y la protesta ante el colapso institucional de 2001 fue la de quienes organizaron espontáneamente las asambleas barriales en Buenos Aires, en varios partidos del conurbano y en ciudades del interior del país como La Plata, Mar del Plata, Rosario y Córdoba.

Las asambleas barriales expresaron las capacidades de autoorganización de la sociedad, de construir y regenerar lazos sociales, que no fueron reconocidas en la cúspide del sistema político, donde se las entendió como un factor de inestabilidad por su capacidad de controlarlas o canalizarlas en los aparatos políticos. Estas nuevas formas de apropiación del espacio público ciudadano, impulsadas por la utopía de realización de una democracia directa (la decisión directa de los ciudadanos sobre las medidas a tomar), cuestionaron las formas de representación de la democracia delegativa (la elección de representantes, como en el actual sistema político).

Las nuevas modalidades de protesta social propusieron otras formas de ocupación del espacio público y también de acceso a los servicios públicos. En las asambleas barriales las medidas de acción directa y de reclamo a los poderes públicos se combinaron y se establecieron en tensión con cuestiones y necesidades locales, como las vinculadas con la provisión de insumos para los hospitales, con compras comunitarias o con la creación de huertas orgánicas, pequeños emprendimientos y bolsas de trabajo para desocupados.

Las asambleas barriales fueron generando emprendimientos productivos autónomos y apuntaron a intervenir en el plano económico y social, a través del desarrollo de experiencias de una nueva economía, que buscó nuevas respuestas para resolver la crisis de los sistemas educativo, de salud, etcétera. Aportaron un factor importante para el desarrollo de la economía social y solidaria: la politización de la esfera de la reproducción social, del consumo y la distribución de bienes y servicios, factor presente también en las empresas recuperadas por sus trabajadores y en las actividades de los grupos piqueteros.

*Adaptado de: Palomino, Héctor: Los Movimientos Sociales (2004)