Cambios regresivos en el sistema de estratificación
social y los canales de movilidad durante la apertura y liberalización de la
economía
El sistema de estratificación social experimentó
transformaciones sustantivas con la transición desde el modelo de
desarrollo económico basado en la industrialización sustitutiva con fuerte
participación estatal, hacia el modelo neoliberal de apertura económica,
desregulación y privatizaciones iniciado durante la dictadura militar de
1976-1983 y consolidado en la década de 1990 con el menemismo. Esta
transición hacia un modelo económico de corte neo-liberal fue parte de una
reestructuración capitalista a escala mundial que se profundizó en la década de
1990, con la caída del bloque socialista y la globalización de la economía. En
Argentina, estas políticas implicaron la transición de una economía industrial
a otra financiera, agropecuaria y de servicios.
La reestructuración capitalista, la desarticulación
de la estructura productiva industrial y el deterioro de las instituciones del
Estado de Bienestar erosionaron las bases que estructuraban el sistema de
estratificación abierto de la década de 1960 y principios de 1970. Una mirada
de mediano plazo, permite observar las transformaciones regresivas de la
estructura social en el período 1974-2001. Entre estos efectos regresivos se
destacan el aumento de la desigualdad de ingresos, el crecimiento de la
pobreza, la instalación de la desocupación como problema estructural del
funcionamiento de la economía y el aumento de la precariedad laboral. Estos
indicadores socio-ocupacionales muestran que la crisis de 1998-2002 no se trató
de un fenómeno circunstancial sino de la fase final de una progresiva
decadencia social de un país que desarticuló su estructura productiva y su
entramado social.
En el período 1998-2001 en el que se registra la
crisis final del modelo de apertura y liberalización de la economía se
profundizaron tendencias que venían desarrollándose en el mediano plazo. La
tasa de desempleo aumentó aceleradamente, el empleo asalariado no registrado
incrementó en comparación al registrado, y el porcentaje de participación de
los asalariados en la distribución del ingreso descendió abruptamente a 34% en
2002. Luego de la devaluación, la desocupación superó el 22% de la población
económicamente activa y alrededor del 57% de la población quedó bajo la línea
de pobreza. La apertura y desregulación de la economía produjeron la
desaparición de gran parte de las pequeñas y medianas empresas manufactureras
locales que habían crecido bajo la protección del mercado interno; cuando se
liberaron las importaciones de bienes de consumo final e intermedios no
pudieron soportar la competencia externa.
Con ello, disminuyó la mano de obra en el sector
industrial. Asimismo, la privatización de las empresas de servicios públicos y
las industrias básicas de hierro, acero, petróleo y petroquímicos tuvo el mismo
efecto de contracción de la mano de obra asalariada. En este contexto de
des-asalarización, aumentó el empleo por cuenta propia, el trabajo asalariado
precario y la desocupación tanto en los estratos de clase media como en la
clase obrera, aumentando el estrato de tipo marginal-precario. En contraste, en
la cima de la estructura ocupacional la reconversión económica generó la
expansión de un núcleo moderno de empresas de servicios e industriales de alto
desarrollo tecnológico que produjeron el crecimiento de ocupaciones gerenciales
y profesionales de alta calificación.
Esta polarización implicó el aumento de la
desigualdad de ingresos entre los sectores de clase media-alta que resultaron
“ganadores” de la reconversión capitalista neo-liberal y los sectores medios
que se empobrecieron tras perder el empleo estable, la condición salarial, o su
pequeño comercio o taller. El proceso de des-industrialización y reducción del
estado desestructuró a la clase obrera consolidada lo que generó la expansión de
un estrato marginal-precario: changarines, vendedores ambulantes, feriantes,
artesanos sin talleres, limpiavidrios, cartoneros, etc.
En el periodo 1976-2001 disminuyó la movilidad
social intergeneracional ascendente de larga distancia desde la clase
trabajadora a la clase media característica de mediados del siglo XX. Dentro de
la clase trabajadora se redujo la movilidad social ascendente de corta
distancia rural-urbana, que implicaba el paso de peones rurales a trabajadores
fabriles asalariados. La reducción estructural de ocupaciones de clase
trabajadora calificada hizo que disminuyera este canal de herencia de clase de
padres a hijos.
La pérdida intergeneracional del oficio manual
fabril estuvo acompañada de una precarización laboral, sobretodo en las
generaciones más jóvenes. El pasaje que implicó la desasalarización hacia
ocupaciones tipo changas implicó una movilidad descendente.
En la parte inferior del sistema de estratificación
social aumentó la inmovilidad en el segmento de clase trabajadora no
calificada, a través de la reproducción intergeneracional en ocupaciones
precarias, condiciones de pobreza y áreas urbanas segregadas. Estos sectores
conforman un estrato marginado dentro de la clase trabajadora que se
caracteriza por dos o más generaciones de personas que no pudieron acceder a
oportunidades efectivas de movilidad social ascendente.
Por otra parte, la expansión de ocupaciones de servicios
de alta calificación abrió canales de ascenso intergeneracional desde
posiciones intermedias de la estructura social. Se conformó así un segmento de
clase media-alta ligado a corporaciones financieras y empresas de servicios
multinacionales con altos salarios y un estilo de vida lujoso.
Como contraparte, un sector considerable de las
clases medias asalariadas conformado por empleados y cuadros técnicos de la
administración y empresas estatales privatizadas transitaron trayectorias
descendentes hacia ocupaciones de servicios de rutina (empleados de comercio)
con un alto nivel de precariedad laboral, y hacia micro-emprendimientos de
escasa productividad, como las emblemáticas remiserías o parripollos.
Los cambios descriptos se produjeron en un contexto
de creciente expansión de la oferta educativa tanto en el nivel medio como
superior en el que se destaca un notable desarrollo de la educación terciaria.
En términos generales, aumentó el nivel educativo requerido por los distintos
grupos ocupacionales, lo que condujo a un proceso de devaluación de los
títulos, que exige movilizar cada vez más credenciales educativas para lograr
una movilidad social ascendente y/o mantenerse en el estrato de clase de
origen. La educación cumple un papel central en la apertura del sistema de
estratificación social y la igualdad de oportunidades. En la medida en que el
origen social condiciona el nivel educativo alcanzado, mantiene la desigualdad
de oportunidades entre personas de origen de clase media y de clase trabajadora.
El deterioro de la educación pública en los niveles primario y secundario, por
políticas públicas que favorecieron la cobertura pero descuidaron la retención
y la calidad, contribuyó a aumentar la desigualdad de oportunidades entre los
hijos de padres de clase trabajadora y los hijos de padres de clase media.
En los nacidos entre 1960 y 1980, hijos de padres
obreros calificados y semi/no calificados se observa una mayor inclinación
hacia carreras terciarias más cortas que habilitan una movilidad social de
menor distancia que la universitaria. Las fronteras de clase se fueron cerrando
progresivamente, especialmente para los movimientos de larga distancia desde la
clase trabajadora hacia la clase media. Predominó la movilidad de corta
distancia en el interior de la clase media y la clase trabajadora.
En relación con la composición étnica de la
estructura social de las ciudades de la Pampa Húmeda, se advierte un proceso de
cambio, lento pero continuo a través del ingreso de personas de ascendencia mestiza
(criollos e inmigrantes de países latinoamericanos) en las clases medias.
Varios factores contribuyen a ello: el fin de la inmigración europea hace más
de medio siglo, la exogamia entre personas de distinto origen étnico y la
continuidad del flujo inmigratorio de países latinoamericanos. Si bien los
migrantes internos y de países limítrofes ingresan por los estratos inferiores
del sistema paulatinamente van ascendiendo, no sin enfrentar barreras
socioculturales impuestas por una sociedad que se pensó a sí misma durante un
tiempo largo de su historia como europea. La discriminación -que se reaviva
sobre todo en momentos de crisis económica y social- cumple un papel central en
la legitimación de las desigualdades, trazando límites de clase sobre prejuicios
étnicos funcionando en ocasiones como estrategia de cierre social excluyente.
Sin embargo, estas barreras socio-culturales son más tenues y permeables que en
otras sociedades latinoamericanas. Con todo, la integración socio-cultural
plena de los criollos e inmigrantes latinoamericanos de ascendencia mestiza y
principalmente las comunidades indígenas es una cuestión pendiente y un desafío
para el siglo XXI.
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