lunes, 7 de mayo de 2018

La Cuestión Social y la Modernidad

La “cuestión social”



En el transcurso del siglo XIX en Europa, junto al crecimiento de las grandes ciudades y de la población, empeoraban las condiciones de vida de la mayoría de las personas. El declive de los valores comunitarios y la sensación de desarraigo y aislamiento, agravaban las condiciones de los trabajadores: hambrunas, epidemias, hacinamiento, mala calidad de vida en general.

No era lo mismo trabajar dispersos, en el campo, que trabajar hacinados y bajo el severo reglamento disciplinario de la fábrica, que comenzaba a parecerse a la prisión. Las nuevas condiciones de trabajo y de vida, que implicaron el tránsito de la vida rural a la vida urbana, marcaron el comienzo de un proceso de degradación de la situación obrera.

La pérdida del marco de la comunidad campesina y el brusco aumento de la población, fueron creando una mayor complejidad de las relaciones sociales. Desde el siglo XVIII comienza a usarse el concepto “cuestión social” para ponerle nombre al problema de la pobreza. El pauperismo fue la manifestación más flagrante del divorcio entre los derechos formales de ciudadanía y un orden económico que significaba miseria y degradación social para amplios sectores de la población. El descontento de los trabajadores de las primeras generaciones industriales comenzó a expresarse en distintas formas de protesta social: la destrucción de máquinas, las huelgas, el sindicalismo y el cooperativismo.

¿Cómo volver a introducir el orden en medio del desorden? ¿Cómo reconstruir vínculos de integración en la nueva y compleja sociedad industrial en donde los lazos sociales que ligan al individuo con la comunidad están rotos?

Con este problema, el eje vertebrador de la sociología moderna es la pregunta por el orden social. Detrás de un pensamiento que busca captar “el significado total del mundo en su conjunto” también hay una búsqueda de respuestas a preguntas existenciales. Pues bien, ¿cómo responder a los conflictos planteados por la ruptura de las formas tradicionales de asociación? ¿Cómo recomponer el orden y la unión de las sociedades cuando desaparecían los elementos integradores? ¿Cuáles son las ideas que sirven de base a la sociología? Según el enfoque adoptado, tendremos distintas respuestas a las nuevas cuestiones sociales. Al mismo tiempo, debemos tener en cuenta que el desarrollo de un campo de conocimiento nunca es un fenómeno autónomo. Las producciones teóricas siempre dependieron de las condiciones históricas y sociales en que tuvieron lugar.


La condición obrera. El caso de Inglaterra

En el siglo XIX, la calidad de vida de la mayoría de las personas empeoró sustancialmente.

En el contexto de la Revolución Industrial, los trabajadores se vieron obligados a movilizarse del campo a la ciudad. La explotación de la mano de obra se manifestó en distintos planos:
La jornada laboral duraba lo que duraba la luz del día. Cuando apareció el alumbrado artificial, el horario se incrementó, en algunos casos hasta las 15 horas.

Los salarios eran, en general, muy bajos. No siempre se pagaba con dinero y a veces se pagaba con “vales” que servían para comprar sólo en determinadas tiendas.

Se prefería el trabajo de la mujer y del niño (bajos salarios y menor conflictividad).
Los barrios alrededor del núcleo urbano estaban en pésimas condiciones (sin agua ni luz).

La situación era denigrante. Mientras el proletariado urbano iba creciendo, aparece en Inglaterra, una de las expresiones de protesta de los trabajadores: el ludismo.


El ludismo

El ludismo (que debe su nombre a Ned Ludd) se llamó a la forma de lucha que adoptó la primera generación de obreros industriales ingleses, caracterizada por la destrucción de las máquinas. Los trabajadores amenazaban con destruir las fábricas. Éstas eran vistas como la fuente de todos sus males.

Pauperismo: tendencia a la polarización económica, por la cual los sectores pobres se van haciendo cada vez más pobres y se concentra la riqueza.


Modernidad y expansión del capitalismo

Con el siglo XVI comienza una nueva era, la Edad Moderna, en la que Europa expande su dominio por todo el globo terrestre. Esta expansión provoca inmensas transformaciones en todos los planos de la vida. El concepto de "hombre civilizado", producto de las velocidades de cambio en Europa, será construido a partir del predominio de lo "cultural" sobre lo "natural", y de la "razón" sobre los "instintos". La irrefrenable expansión del capitalismo llevó a las potencias europeas a conquistar otros continentes que fueron subordinados a la nueva lógica del capital. La economía rompió los límites que la aprisionaban hasta conformar un mercado y un comercio mundial. Esto trajo aparejado, a su vez, el desarrollo de la navegación y las comunicaciones e inauguró el ciclo histórico del colonialismo.

En plena fase industrial, los países centrales se vieron obligados a avanzar frente a las demás potencias por la propia lógica de la competencia. Con la búsqueda de nuevos mercados, surge la división entre países industrializados y subdesarrollados (o coloniales). Estos últimos son los que producen las materias primas para las economías industriales.

Asimismo, la conquista de América, África, Asia y Oceanía implicó la dominación de los pueblos coloniales. Ubicándose como hombre "civilizado", el conquistador blanco y europeo asumía cierta "superioridad innata" frente a lo que consideraban las "razas inferiores". Durante el siglo XIX se transformó al mundo y unos pocos países europeos se convirtieron en economías industriales.

El progreso, que se consideraba inevitable, es la palabra clave de esta época. Las nuevas tecnologías, las nuevas fuentes de energía (carbón, electricidad y petróleo), el desarrollo de la industria química, la revolución en los transportes (ferrocarriles y barcos a vapor) y en las comunicaciones (telégrafo, radio, teléfono, periódicos, cinematógrafo) imprimieron al clima de época un tono optimista. El progreso técnico estaba allí; bastaba recorrer las Exposiciones Universales organizadas en las grandes capitales europeas que exhibían las innovaciones. Sin embargo, con un tono más escéptico y pesimista, también aparecieron durante el siglo XIX los teóricos críticos del capitalismo que interrogaron y pusieron en duda los progresos de la modernidad. La técnica no parecía liberar al hombre, sino que imprimía una deshumanización del trabajo en la fábrica. La progresiva mecanización y la división del trabajo provocaron una ruptura en la relación entre el trabajador y la actividad productiva global. EI trabajo se redujo a una función parcializada y repetida mecánicamente.

La máquina se introdujo dentro del “alma” del trabajador. Y el cuerpo fue construido a partir de la maquinización: el autómata, el hombre como un engranaje más de la maquinaria, el obrero “chaplinesco” de la cadena de montaje que muestra la película Tiempos Modernos.

El resultado es obvio: el enfrentamiento entre el hombre y su mundo social. Vale decir que el desarrollo del capitalismo y, con él, de una economía-mundo, generó una serie de antagonismos y conflictos sociales.

Esto dio origen al “problema social”, preocupación del siglo XIX, y a la sociología como disciplina autónoma.


Secularización y desacralización del mundo: ciencia, razón y sentido

El conocimiento científico de la nueva sociedad vino a desplazar el lugar de la fe religiosa en el conocimiento, liberando a la razón de la fe. El lugar que ocupaban los ritos, la religiosidad y la ideología de la comunidad en el mundo premoderno fue reemplazado por otros ideales: la fe en el progreso, la ciencia, el individualismo, la competitividad y el laicismo. A partir de la separación de la Iglesia del Estado, las creencias religiosas pasaban a la esfera privada del individuo para ser ejercidas con libertad.

Todo lo que proviniera del mundo feudal parecía ensombrecer las luces de la ciencia.

El Iluminismo expresa esta visión del mundo: había que desmitificar el mundo, liberarlo de la magia y del mito, a través de la razón. La superioridad del hombre residiría, a partir de entonces, en la razón como nuevo dios laico, y el saber que no conoce límites.

Con la caída del sistema feudal, pierden importancia los valores trascendentales, y se resquebrajan viejos hábitos y modos de vida.

Se trata de un proceso de desacralización, de desencantamiento (pérdida del halo sagrado presente en el mundo premoderno, fundado en la religiosidad). En el mundo moderno, lo que importa principalmente es acceder a saberes operativos, que son fundamentales en una sociedad industrial para alcanzar la eficiencia económica. Es en este contexto en que surge la sociología como producto teórico de los conflictos y avances de la modernidad y el nuevo sistema capitalista.

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