Romnesia, o el mito del millonario
hecho a sí mismo (2012)
Por George Monibot
Podríamos denominarlo “romnesia”: la capacidad de los muy ricos
para olvidarse del contexto en el que hicieron su dinero. De olvidar su
educación, herencia, redes familiares, contactos y presentaciones. De olvidar a
los trabajadores cuya labor les enriqueció. Olvidarse de las infraestructuras y
la sociedad, la mano de obra preparada, los contratos, subsidios y rescates
suministrados por el Estado.
Todo sistema político exige un mito justificativo. La Unión
Soviética disponía de Alexey Stajanov, el minero de quien se afirmaba que había
extraído 100 toneladas de carbón en seis horas. Los Estados unidos contaban con
Richard Hunter, el héroe de las historias de la miseria a la opulencia de
Horatio Alger.
Ambas historias contenían un átomo de verdad. Stajanov trabajaba
duro por una causa en la que creía, pero su notable rendimiento productivo
probablemente era falso. Cuando Alger escribía sus novelas, algunas personas
pobres se habían vuelto muy ricas en los Estados Unidos. Pero cuanto más se
aleja un sistema de sus ideales (productividad en el caso de la Unión
Soviética, oportunidades en los EE.UU.), más fervientemente se postulan sus
mitos justificativos.
Conforme las naciones desarrolladas sucumben a la extrema
desigualdad y la inmovilidad social, el mito del hombre hecho a sí mismo se
vuelve cada vez más potente. Se utiliza para justificar su polo opuesto: una
invulnerable clase rentista busca vivir de las rentas, haciendo despliegue de
su riqueza heredada para financiar la incautación de la riqueza de otras
personas.
El exponente más crudo de “romnesia” es la magnate minera
australiana Gina Rinehart. “No hay monopolio en lo que respecta a convertirse
en millonario”, insiste ella. “Si tienes envidia de quienes tienen más dinero,
no te quedes sentado quejándote; haz algo para ganar más dinero: gasta menos
dinero en beber, fumar o alternar y pasa más tiempo trabajando” recuerda
nuestras raíces y crea tu propio éxito.
Recordar sus raíces es lo que Rinehart no sabe hacer. Se le olvidó
añadir que si quieres convertirte en millonario - en su caso, milmillonaria -
ayuda heredar una mina de mineral de hierro y una fortuna de tu padre, y
cabalgar sobre un auge espectacular de las materias primas. Si se hubiera
pasado la vida metida en cama tirando dardos a la pared, seguiría siendo
estupendamente rica.
Las listas de gente rica están repletas de gente que o bien heredó
su fortuna o la hizo gracias a actividades rentistas: por otros medios que no
fueron innovación y esfuerzo productivo. Son un catálogo de especuladores,
barones inmobiliarios, duques, monopolistas de tecnología de la información,
usureros, jefes de la banca, jeques del petróleo, magnates mineros, oligarcas y
ejecutivos jefe remunerados de forma absolutamente desproporcionada respecto a
cualquier valor que generen.
Saqueadores, en suma. Los más ricos barones mineros a los que el
Estado les vendió los recursos naturales por una bicoca. Oligarcas rusos,
mexicanos y británicos adquirieron activos públicos infravalorados mediante
privatización, y ahora dirigen una economía de cabina de peaje. Los banqueros
usan instrumentos incomprensibles para desplumar a sus clientes y al
contribuyente. Pero a medida que los rentistas se hacen con la economía, hay
que contar la historia contraria.
Apenas sí hay un discurso de los republicanos que no acabe
retomando la narración de Richard Hunter, y casi todas estas historias de la
miseria a la opulencia resultan ser una bobada. “Todo lo que tenemos Ann y yo”,
declara Mitt Romney, “nos lo ganamos a la vieja usanza.” Vieja usanza como la
de Barbanegra. Dos reportajes de lacerante denuncia publicados en la revista Rolling
Stone documentan las compras
apalancadas que destruyeron empresas viables, valor y puestos de trabajo, y el
costoso rescate federal que le salvó políticamente la piel a Romney.
Romney personifica el parasitismo económico. El sector financiero
se ha convertido en una máquina que destruye empleos, socava hogares, aplasta
vidas, que empobrece a otras personas para enriquecerse. Cuanto más apretado es
su dogal sobre la política, más tienen que contar sus representantes la
historia contraria: la de la empresa afirmativa de la vida, la innovación y la
inversión, la de los valientes emprendedores que levantan su fortuna sólo con
arrestos e ingenio.
El otro lado de esta historia resulta evidente. “Cualquiera puede
conseguirlo: yo pude sin ayuda” se traduce como “Me niego a pagar impuestos
para ayudar a otras personas, pues pueden ayudarse a sí mismas”. Hayan o no
heredado una mina de mineral de hierro de su papaíto.
En el artículo en que apremiaba a los pobres a emularla, Gina
Rinehart proponía también que debía reducirse el salario mínimo. ¿A quién le
hace falta un sueldo justo si cualquiera se puede convertir en
millonario?
En el año 2010, el 1% más rico de los Estados Unidos se quedó con
un asombroso 93% de las ganancias en ingresos. Ese mismo año, los
ejecutivos jefe empresariales ganaron, como media, 243 veces más que el
trabajador mediano (en 1965, la proporción era diez veces menor, a saber de 24
a 1. Entre 1970 y 2010, el coeficiente Gini, que mide la desigualdad, se elevó
en los Estados Unidos de 0.35 a 0.44: un salto asombroso.
Por lo que respecta a la movilidad social, de los países ricos
clasificados por la OCDE, los tres en los que hay mayores probabilidades de que
las ganancias las ganancias de un hombre sean semejantes a las de su padre son,
por este orden, el Reino Unido, Italia y los EE.UU. Si naces pobre o naces rico
en estos países, lo probable es que lo sigas siendo. No es casualidad que estos
tres países se promocionen a sí mismos como tierra de oportunidades sin
paralelo.
Igualdad de oportunidades, autocreación, heroico individualismo:
estos son los mitos que el capitalismo depredador requiere para su
supervivencia política. La “romnesia” permite a los ultrarricos lo mismo negar
el papel de otras personas en la creación de su propia riqueza que negarle
ayuda a aquellos menos afortunados que ellos. Hace un siglo, los emprendedores
trataban de pasar ellos mismos por parásitos: adoptaban el estilo y las formas
de la clase rentista con título. Hoy pretenden los parásitos que son
emprendedores.
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