Crisis de Representación
En 2001
Argentina atravesaba la crisis económica y política más importante de su
historia. El quiebre del tejido social, la desesperanza y la crisis de
representatividad política hicieron tambalear al sistema democrático y miles de
personas salieron a las calles a manifestarse contra un sistema que arrojaba al
pueblo a la miseria y la desocupación.
Crecía la imagen
del presidente De la Rúa como incapaz, inoperante y
"gagá". La Alianza (una coalición electoral encabezada por el
radicalismo) se había presentado como lo opuesto a la corrupción menemista en
las elecciones presidenciales de 1999. Sin embargo, su imagen se
deterioró después de la renuncia del vicepresidente "Chacho"
Álvarez por un escándalo de coimas en el Senado. Lo que es peor, la política
económica de De la Rúa era fundamentalmente una continuación de la de Menem,
con lo que siguieron aumentando la desocupación, pobreza e indigencia.
El 25% de
la población activa estaba desocupada o subocupada; la economía, en recesión
desde 1998, había caído un 14% hasta el 2001; la pobreza superaba el 35%;
el gobierno ya no conseguía financiamiento para hacer frente a los intereses de
una enorme deuda externa (180 mil millones) que había crecido como bola de nieve desde la
dictadura y se sucedían los negociados como el “Blindaje” (nos
endeudamos por 40 mil millones para que nos sigan prestando plata) o el “Megacanje”
(nos patean vencimientos de deudas pero nos endeudamos 55 mil millones más). La
política de déficit cero fracasaba por la caída abrupta del consumo y el menor
ingreso fiscal. La ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, recortó 13% las
jubilaciones y los salarios de estatales como medida de ajuste más
recordada.
La
elección legislativa de 2001 se caracterizó por el llamado “voto bronca”,
a través del cual una buena parte de la ciudadanía manifestó su enojo con la
clase política, en general, y con el gobierno de De la Rúa en
particular. Durante la campaña electoral, los medios de prensa y algunas
organizaciones ciudadanas convocaron a la abstención, al voto en blanco o a la
anulación del voto. Sumando los electores que se abstuvieron de votar y
aquellos que votaron en blanco o anularon su voto, el 43% del electorado
habilitado para votar manifestó su repudio no sólo al gobierno, sino al resto
de las fuerzas políticas. Esta conducta electoral era una manifestación
contundente de la crisis de representación y contribuyó, sin duda, a disminuir
la legitimidad de las autoridades elegidas. La ciudadanía desconfiaba
de los partidos políticos (peronismo y radicalismo eran vistos como corruptos
y responsables de la situación económica) y de los poderes ejecutivo,
legislativo y judicial, percibidos como igualmente pervertidos e incapaces.
"No me convence ningún tipo de política
Ni el demócrata ni el fascista
¿Por qué me tocó ser así?
Ni siquiera anarquista
-"El Revelde", La Renga
Después de
la derrota electoral, la credibilidad del gobierno de De la Rúa prácticamente
había desaparecido. La situación económica se deterioraba día a día. Durante la
última semana de noviembre de 2001, más de mil millones de dólares fueron
sacados de los bancos por los ahorristas.
En esa
situación, algunos bancos comunicaron al gobierno que no resistirían la
corrida. El 1 de diciembre, De la Rúa y su entonces ministro de Economía y
autor de la convertibilidad, Domingo Cavallo, anunciaron el “Corralito”
que limitó las extracciones de dinero a $ 250 semanales para evitar la fuga de
capitales y el colapso bancario.
Esta
medida resultó ser mucho más impopular que una devaluación y causó una furia
popular, expresada con cacerolazos masivos. La ciudadanía no sólo condenaba a
la clase política y sus malas decisiones, sino que puso en jaque al propio Congreso
y a la Corte Suprema de Justicia.
La
protesta más fuerte fue la del 19 de diciembre, cuando De la Rúa, mediante
un discurso, declaró el estado de sitio (la suspensión de las garantías
constitucionales, como el derecho a reunión y manifestación), lo que aumentó el
malestar. Apenas terminó la emisión del discurso, la gente salió de sus casas
a golpear cacerolas. La gente comenzó a reunirse en las esquinas
y espontáneamente comenzaron a caminar rumbo al centro. Un gran cacerolazo
había comenzado. A la madrugada la Plaza de Mayo se había llenado de gente
que coreaba una consigna: “¡Que se vayan todos!”
Otro importante elemento de desestabilización fue la ola de saqueos (robos masivos a supermercados, asaltos a camiones en la ruta, robos en comercios) de diciembre de 2001, frecuentemente atribuidos -por lo menos en parte- a las patotas del PJ bonaerense de Duhalde.
El día 20
se desarrollaban marchas en la Capital y las fuerzas
policiales reprimían duramente a los manifestantes, causando 39
muertes en esos dos días. Mientras esto sucedía el gobierno decidió la
renuncia del ministro Cavallo. Al atardecer de aquel día, el Presidente se
dirigió otra vez a la sociedad a través de la cadena nacional para dar a
conocer su renuncia. Pocos minutos después, la televisión transmitía la huida
de De la Rúa desde la terraza de la casa de gobierno a bordo de un helicóptero.
Hundidos
en la crisis, más de la mitad de los argentinos cayeron en la pobreza y el
desempleo alcanzó al 24% de la población. Esto desató motines urbanos, sobre
todo en Buenos Aires, pero también en Córdoba y en Rosario.
Luego de
la renuncia de De la Rúa, y después del paso de Puerta, Rodríguez Saa y Caamaño
por la presidencia, fue Eduardo Duhalde quien se hizo cargo del gobierno. Desde
enero de 2002 la economía comenzó a reactivarse gracias a la devaluación (se
derogó la ley de convertibilidad en enero de 2002), que abarató la producción e
hizo subir los precios de las materias primas.
Pero la
represión, seguida de muerte, encargada por el Ejecutivo contra manifestantes –con
los asesinatos de Kosteki y Santillán- en el puente Pueyrredón, protagonizó la
llamada Masacre de Avellaneda, que obligó a Duhalde a llamar a elecciones
precipitadamente. En mayo de 2003 Néstor Kirchner llegaba a la presidencia.
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