viernes, 21 de abril de 2017

Romnesia, o el mito del millonario hecho a sí mismo

Romnesia, o el mito del millonario hecho a sí mismo (2012)
Por George Monibot
Podríamos denominarlo “romnesia”: la capacidad de los muy ricos para olvidarse del contexto en el que hicieron su dinero. De olvidar su educación, herencia, redes familiares, contactos y presentaciones. De olvidar a los trabajadores cuya labor les enriqueció. Olvidarse de las infraestructuras y la sociedad, la mano de obra preparada, los contratos, subsidios y rescates suministrados por el Estado.
Todo sistema político exige un mito justificativo. La Unión Soviética disponía de Alexey Stajanov, el minero de quien se afirmaba que había extraído 100 toneladas de carbón en seis horas. Los Estados unidos contaban con Richard Hunter, el héroe de las historias de la miseria a la opulencia de Horatio Alger.
Ambas historias contenían un átomo de verdad. Stajanov trabajaba duro por una causa en la que creía, pero su notable rendimiento productivo probablemente era falso. Cuando Alger escribía sus novelas, algunas personas pobres se habían vuelto muy ricas en los Estados Unidos. Pero cuanto más se aleja un sistema de sus ideales (productividad en el caso de la Unión Soviética, oportunidades en los EE.UU.), más fervientemente se postulan sus mitos justificativos.
Conforme las naciones desarrolladas sucumben a la extrema desigualdad y la inmovilidad social, el mito del hombre hecho a sí mismo se vuelve cada vez más potente. Se utiliza para justificar su polo opuesto: una invulnerable clase rentista busca vivir de las rentas, haciendo despliegue de su riqueza heredada para financiar la incautación de la riqueza de otras personas.
El exponente más crudo de “romnesia” es la magnate minera australiana Gina Rinehart. “No hay monopolio en lo que respecta a convertirse en millonario”, insiste ella. “Si tienes envidia de quienes tienen más dinero, no te quedes sentado quejándote; haz algo para ganar más dinero: gasta menos dinero en beber, fumar o alternar y pasa más tiempo trabajando” recuerda nuestras raíces y crea tu propio éxito.
Recordar sus raíces es lo que Rinehart no sabe hacer. Se le olvidó añadir que si quieres convertirte en millonario -en su caso, milmillonaria- ayuda heredar una mina de mineral de hierro y una fortuna de tu padre, y cabalgar sobre un auge espectacular de las materias primas. Si se hubiera pasado la vida metida en cama tirando dardos a la pared, seguiría siendo estupendamente rica.
Las listas de gente rica están repletas de gente que o bien heredó su fortuna o la hizo gracias a actividades rentistas: por otros medios que no fueron innovación y esfuerzo productivo. Son un catálogo de especuladores, barones inmobiliarios, duques, monopolistas de tecnología de la información, usureros, jefes de la banca, jeques del petróleo, magnates mineros, oligarcas y ejecutivos jefe remunerados de forma absolutamente desproporcionada respecto a cualquier valor que generen.
Saqueadores, en suma. Los más ricos barones mineros a los que el Estado les vendió los recursos naturales por una bicoca. Oligarcas rusos, mexicanos y británicos adquirieron activos públicos infravalorados mediante privatización, y ahora dirigen una economía de cabina de peaje. Los banqueros usan instrumentos incomprensibles para desplumar a sus clientes y al contribuyente. Pero a medida que los rentistas se hacen con la economía, hay que contar la historia contraria.
Apenas sí hay un discurso de los republicanos que no acabe retomando la narración de Richard Hunter, y casi todas estas historias de la miseria a la opulencia resultan ser una bobada. “Todo lo que tenemos Ann y yo”, declara Mitt Romney, “nos lo ganamos a la vieja usanza. Vieja usanza como la de Barbanegra. Dos reportajes de lacerante denuncia publicados en la revista Rolling Stone documentan las compras apalancadas que destruyeron empresas viables, valor y puestos de trabajo, y el costoso rescate federal que le salvó políticamente la piel a Romney.
Romney personifica el parasitismo económico. El sector financiero se ha convertido en una máquina que destruye empleos, socava hogares, aplasta vidas, que empobrece a otras personas para enriquecerse. Cuanto más apretado es su dogal sobre la política, más tienen que contar sus representantes la historia contraria: la de la empresa afirmativa de la vida, la innovación y la inversión, la de los valientes emprendedores que levantan su fortuna sólo con arrestos e ingenio.
El otro lado de esta historia resulta evidente. “Cualquiera puede conseguirlo: yo pude sin ayuda” se traduce como “Me niego a pagar impuestos para ayudar a otras personas, pues pueden ayudarse a sí mismas”. Hayan o no heredado una mina de mineral de hierro de su papaíto.
En el artículo en que apremiaba a los pobres a emularla, Gina Rinehart proponía también que debía reducirse el salario mínimo. ¿A quién le hace falta un sueldo justo si cualquiera se puede convertir en millonario?
En el año 2010, el 1% más rico de los Estados Unidos se quedó con un asombroso 93% de las ganancias en ingresos. Ese mismo año, los ejecutivos jefe empresariales ganaron, como media, 243 veces más que el trabajador mediano (en 1965, la proporción era diez veces menor, a saber de 24 a 1. Entre 1970 y 2010, el coeficiente Gini, que mide la desigualdad, se elevó en los Estados Unidos de 0.35 a 0.44: un salto asombroso.
Por lo que respecta a la movilidad social, de los países ricos clasificados por la OCDE, los tres en los que hay mayores probabilidades de que las ganancias las ganancias de un hombre sean semejantes a las de su padre son, por este orden, el Reino Unido, Italia y los EE.UU. Si naces pobre o naces rico en estos países, lo probable es que lo sigas siendo. No es casualidad que estos tres países se promocionen a sí mismos como tierra de oportunidades sin paralelo.
Igualdad de oportunidades, autocreación, heroico individualismo: estos son los mitos que el capitalismo depredador requiere para su supervivencia política. La “romnesia” permite a los ultrarricos lo mismo negar el papel de otras personas en la creación de su propia riqueza que negarle ayuda a aquellos menos afortunados que ellos. Hace un siglo, los emprendedores trataban de pasar ellos mismos por parásitos: adoptaban el estilo y las formas de la clase rentista con título. Hoy pretenden los parásitos que son emprendedores.


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